Tras 14 años de litigio judicial, hacerse la prueba del ADN o reconocerse como padre de Zaraí le hubiera tomado a Alejandro Toledo 15 minutos. No hacerlo hasta 15 meses después de hacerse cargo de la Presidencia le costó una erosión sistemática de su popularidad hasta llegar a un solo dígito.
Pedir disculpas a Jesús Lora y reconocer su error por la “patadita” que le propinó ante cámaras el 14 de julio debió tomarle a Alan García 15 minutos. No hacerlo de inmediato le costó una erosión de su popularidad durante cuatro meses, para terminar finalmente pidiendo disculpas forzadas, luego de caer hasta el sótano en las encuestas.

Rectificar su decisión de no hablar con la prensa peruana como reacción a sus cuestionamientos le hubiera tomado a Paulo Autuori 15 minutos. No hacerlo le costó la erosión de su imagen durante cuatro meses, en los que se acumularon derrotas y pedidos de su retiro del cargo que ya no podrán revertirse.
Inhibirse de juzgar a Abimael Guzmán y la cúpula de Sendero Luminoso ante las acusaciones de inexperiencia y de haber sido en el pasado defensor de dos terroristas le hubiera tomado al juez Daniel Crispín Crespo 15 minutos. No hacerlo le ha costado un enorme desprestigio y una deslucida “salida de juego”.

Los mencionados no sólo pagaron el costo del deterioro de su imagen y credibilidad personal, sino que mellaron el esfuerzo nacional por educar en valores. Estos se aprenden no sólo en las aulas escolares, sino principalmente observando e imitando el comportamiento de los líderes y protagonistas de la vida pública, especialmente frente a errores o cuestionamientos a su conducta. En la tarea educativa no hay espacio para la vanidad, la soberbia o el mero ajuste a un libreto legal. Es una actividad en la que son absolutamente esenciales el decoro y la capacidad de reconocerse cada uno como humano falible que comete errores pero que puede enmendarlos.

Los líderes deben encarnar esa talla ética y educadora, mostrándose como ejemplo de decencia y corrección, lo que incluye renunciar a cargos y rectificar o disculparse por errores antes que aferrarse a los orgullos o vanidades personales. Nuestro subdesarrollo es el mejor testimonio de cómo los errores nunca reconocidos ni rectificados son reiterados y arrastran consigo a todo el país. Ojalá que en el 2005 los líderes peruanos alcancen esta nueva estatura ética.