«Formar maestros suficientemente buenos”

Comentario de León Trahtemberg sobre la ponencia “DE LOS NIÑOS Y DE SUS PADRES DURANTE LOS PRIMEROS AÑOS DE LA EDUCACIÓN” por Claude de Rouvray, en la III Jornada “Acogiendo a los Niños y sus Padres desde los primeros años de la educación” 25 de octubre del 2003, , organizada por “La Casa de la Familia”. Publicado en la Revista Azul, julio 2004.

 

 

No siendo psicólogo sino educador, el presente texto se centrará en comentar el tema de la educación en el Perú desde las políticas educativas, el manejo de una escuela y las relaciones de los padres con los alumnos.

Solemos mirar y entender a los niños y a los padres a partir de las referencias que tenemos grabadas en nuestra mente por las experiencias personales que alguna vez tuvimos como niños, hijos o padres. Sin embargo esta mirada es muy limitada, lo que hace pensar en la necesidad de que los maestros nos saquemos esos anteojos y miremos con un poco mas de apertura y libertad lo que realmente pasa con cada niño, cada padre y en cada relación del padre y la madre con sus hijos.
Esas huellas que tenemos en la mente las retransmitimos a quienes educamos. Así, “cuando educo a mi hijo, en realidad estoy educando a mi nieto” o “cuando como maestro educo a un alumno, en realidad estoy educando a los alumnos que este alumno tendrá a su cargo el día que sea maestro”. Estamos hablando de una huella generacional que transmitimos cuando educamos, ya sea desde nuestro rol de padres o maestros, con la que vamos marcando a las siguientes generaciones.
Los antropólogos, historiadores y sociólogos nos dicen que los peruanos somos apáticos, acomplejados y pesimistas desde que en la conquista los españoles nos hicieron sentir así, sentimiento que se ha ido reiterando generación tras generación. Siendo así, podríamos fácilmente imaginar cómo sería el Perú en 20 años más haciendo un trazado lineal de nuestras inercias transgeneracionales, con lo que lo único que nos quedaría sería irnos de nuestro país, porque nos espera un futuro tétrico. Tenemos que apostar por transformar esa inercia y orientarnos hacia otra cosa. Creo que la educación tiene algo que decir sobre el tema, por lo que la pregunta natural sería ¿dónde está la educación en las políticas públicas del país?

Las políticas educativas, sociales y de crianza del estado asumen que desde el embarazo hasta los 3 o 4 años los niños deben vivir como puedan -no los atiende- para que solamente hacia los 5 años el sistema educativo se haga cargo de ellos. Ocurre entonces que la escolaridad empieza con una ruptura. ¿cómo, a partir de una fractura inicial a los 5 años, se constituye luego personas mentalmente sanas?

Saliendo un poco de las políticas macro para ir al tema de los colegios y los niños, quería comentarles dos experiencias que me motivaron a interesarme más por la psicología. En primer lugar, para diversos temas en el “Leon Pinelo” solemos hacer reuniones conjuntas de profesores de inicial, primaria y secundaria que abarcan niños desde los 2 años hasta los 17 años. Mas de una vez cuando se habla de un joven o una joven que ya están en cuarto o quinto de secundaria, la que fuera su maestra de inicial dice: “oye, pero no ha cambiado nada”, “cuando tenía 3 años era igualito(a)”. Eso nos golpea duro porque nos obliga a pensar que a) ó hemos sido tan incompetentes que no hemos podido generar ningún cambio en 15 años ó, b) cuán importante es la intervención temprana para procurar que no ocurra que cosas que podrían trabajarse desde la infancia se dejen pasar y se perpetúen. Estos son los retos que los educadores todo el tiempo tenemos que enfrentar.

La segunda experiencia, muy reciente, es la de un joven de quinto año de secundaria que tiene que invitar a una chica para el baile de promoción. El nunca ha estado con alguna chica, ni siquiera la ha invitado a salir. Decide que no quiere ir al baile porque tiene temor al fracaso -que la chica no lo acepte-. Si el chico decide no ir al baile, podríamos suponer que ha preferido escapar de la situación que le genera sufrimiento por no saber cómo manejarla. Me pregunto si nos corresponde hacer algo al respecto o si debemos dejarlo de lado, porque no compete a nuestro rol pedagógico. Yo creo que tenemos que volvernos más humildes y modestos y reconocer que la pedagogía no alcanza para abordar la multiplicidad de situaciones emocionales, personales, sociales y demás que viven los alumnos en la escuela, y que como educadores tenemos la obligación y responsabilidad de acompañar a los alumnos también en estas dimensiones de sus vidas. Creo que se comete un grave error de concepto al creer que el educador tiene que ser básicamente un pedagogo, cuando es evidente que el educador tiene que estar formado para lidiar con la vida emocional de los alumnos.

Cada año nacen en el Perú 600 mil niños, de los cuales a penas 2% ó 3% son atendidos en algunos marcos institucionales como los Wawawasis o los programas de estimulación temprana. La gran mayoría de los niños no va a recibir ningún tipo de acogida ni atención hasta que tengan 5 o 6 años, que es la edad en que el 95% de los niños es entregado al cuidado de una escuela. Allí se van a producir las separaciones de los padres con los hijos y la pegunta que hay que hacerse es ¿cómo y a quién se entrega estos niños?¿qué preparación tiene una maestra de primer grado que va a recibir a estos niños para hacer una acogida adecuada?
La misma pegunta se aplica a las cuidadoras o animadoras de los Wawawasis y PRONOEIs para los niños más pequeñitos. Ocurre que las encargadas son madres-cuidadoras o animadoras que no tienen ninguna formación profesional, casi ningún entrenamiento y son infravaloradas por el mismo Estado porque ni siquiera les paga un sueldo sino tan solo una propina para que se ocupen de los niños en el momento mas importante de su vida. A veces uno piensa “qué locas son estas políticas”.
Lo más lamentable es que los Wawawasis están concebidos como una opción para ampliar la cobertura de crianza a cargo del estado. Pero evidentemente si quieren meter a miles de niños al cuidado de personas que no están preparadas ni capacitadas para atenderlos (a bajo costo), solamente por el hecho de ampliar la cobertura, entonces será a costa de la calidad. Sin embargo debemos preguntarnos ¿qué significa sacrificar calidad cuando hablamos de niños? Estamos hablando de sacrificar a los niños. Parecería que su sentir respecto a esos niños pobres es “aunque sea que vayan a un Wawawasi”. Valdría la pena preguntarse si no sería mejor decir “mejor es nada”. Esta cuestión de si es mejor dar algo malo que no darlo es realmente central.

Respecto al tema de la carrera magisterial de las maestras de inicial, muchas veces me pregunto ¿de dónde ha salido esta idea de que el que quiere ser maestro tiene que serlo por toda la vida? Será porque el que quiere ser psicólogo espera serlo siempre, o el que quiere ser ingeniero o economista igualmente. Pero pongámonos a pensar desde la perspectiva del niño, qué significa para él estar a cargo de una maestra de 25 años, 35 años, 45 años, 55, años y hasta 65 años de edad. Claro que siempre vamos a encontrar gente fascinante de 70 años en cuyas manos cualquiera pondría a sus hijos, pero para la generalidad de los casos, a mayor edad, mayor agotamiento profesional docente, menos paciencia y menores reservas lúdicas, que son tan centrales en la interacción con los niños pequeños. Los profesores se saturan, se agotan, se rutinizan, etc. por lo que hay que preguntarse ¿es lo mejor para los niños pequeños estar a cargo de profesoras mayores, solamente porque la legislación establece que se jubilan a los 65 años?

Otro tema referente a las maestras es el de los castigos, las competencias y las recompensas. Acá en el Perú se acostumbra mucho educar a los niños para que agraden a los profesores; es decir, si el niño ha hecho algo bien o no, lo decide la profesora, quien lo premia colocándole un sticker o sello en el brazo, la cabeza o el cuaderno. Esa evaluación del trabajo adecuado no se deriva del propio juicio del alumno sino del de la profesora. Así, el día que no le dan el sello el niño asume que lo ha hecho mal. Es una educación muy orientada a la recompensa externa asignada por el caudillo de turno (maestro/maestra) que dictatorialmente determina a su solo juicio si lo que el niño ha hecho está bien o está mal y finalmente si el niño vale o no vale, con todo lo que eso significa en términos de su autoestima, independencia, autonomía, creatividad, capacidad de confrontación con la autoridad y todos los demás conceptos a los que aludimos cuando hablamos de cómo quisiéramos que estén formados los egresados del sistema educativo, pero que por supuesto no conseguimos por esa vía.

Finalmente, tenemos el famoso tema de los exámenes de ingreso a los colegios, lo que constituye una especie de “institucionalización de la ruptura”, porque el niño en un centro inicial se forma dentro de una cierta concepción pedagógica y social, pero debe prepararse para pasar tempranamente a las de otra institución; y así no esté maduro en sus habilidades lingüísticas o motrices, tiene por ejemplo que aprender inglés y a dibujar sin salirse de las fronteras pre-dibujadas. Ese maltrato, que significa suponer que hay una especie de norma con la cual medir a todos los niños por igual y decidir que los que están por encima sean aceptados y los que no lleguen a ese nivel sean rechazados, no aporta mucho a su autoestima y salud mental de los niños, sus padres y la sociedad en su conjunto.

Los modelos con los que se hace la educación en el Perú tienen que ser repensados y replanteados. Podríamos empezar a hacerlo preguntándonos qué estamos haciendo en los centros de educación inicial para facilitar la continuidad, o qué estamos haciendo para provocar rupturas que dañan la salud mental de los chicos. Hay demasiadas cosas que se hacen en el Perú solamente por costumbre, que deben ser revisadas y reformuladas, tratando de apostar por cosas mejores. Cada uno de nosotros, especialistas en educación, psicología o afines, podemos constituirnos en uno de esos promotores del cambio hasta que logremos conformar una masa crítica de gentes que hayan repensado la educación y que sean capaces de influir en las políticas educativas del país, para que finalmente eduquemos con sensatez a nuestros niños.