La República Suplemento Domingo páginas 10-11 del 12 04 2015

Libertad para aprender
Con un año en marcha, el colegio Áleph revoluciona los moldes típicos: la inquietud guía la clase, el ambiente es un maestro, y el aula, una comunidad.

Texto: Renzo Gómez Vega / Fotografía: David Huamaní

-Estellas, estellas, más estellas (sic)-. una niña pecosa de rizos rubios y polo floreado está pintando puntitos amarillos a velocidad de taladro. Todos rellenan un rostro ovalado color rosa. A su lado, un niño de lentes gruesos se concentra en remarcar los círculos desiguales que bordean los ojos de su dibujo. Hace un rato, ambos estaban con sus hojas, y sus plumones, frente a espejos triangulares y redondos con una inscripción pegada: ¿Has notado que todos somos diferentes? ¿Cómo eres tú?

A unos pasos, en la misma sala, un chico con la camiseta de Argentina está pesando en una balanza, un par de naranjas y duraznos de hule frente a otro, vestido con la azulgrana del Barcelona, que hoy se ha hecho cargo de una surtida bodeguita, con anaqueles de madera, repletos de frutas de plástico, y cajas vacías de medicinas y abarrotes.

Afuera, una tropa de infantes se ha apoderado del patio. Se corretean, se jalan en carretillas, juegan con la arena. Muchos de ellos aguardan su turno para trepar una enorme esfera de fierros y mallas a la que llaman átomo.

Varios padres me comentarán, después, del temor inevitable que sintieron al ver el átomo. Pensaban, como yo, que era peligroso. Un juego irresponsable. Un error. Ahora, dicen, casi en coro: nada es casualidad aquí. Nada. «No hemos tenido un solo accidente y no lo habrá. Está fabricado para que los niños siempre caigan en la red”, anota una profesora, en su afán de convencerme.

Este es el Áleph (primera letra del alfabeto hebreo y acrónimo de Active Learning Philosophy: filosofía de aprendizaje activo), un inusual colegio, levantado en un terreno de 20,000 m² cercano a los Pantanos de Villa, en Chorrillos, donde las puertas y las ventanas se traslucen, y los ambientes están separados por mamparas. Aquí no existe la clásica formación mañanera, las gavetas reemplazan a las mochilas y no llevan candado, las faltas se conversan, no hay cuadernos, tampoco tareas ni exámenes (los tradicionales, cada dos meses), tampoco las libretas con números y letras en azul y rojo que se convierten en extensos reportes, y así.

Pero sobre todo es una manera distinta de construir conocimiento. Alejada de la memorización y la repetición mecánica. Es una propuesta que remueve la educación del estudiante ‘chancón’ de uniforme plomizo. A disfrutar y provocar sabiduría, dicen.

Errores aprendidos

Cada vez que alguna prueba educativa nos ubica en el sótano del ránking mundial, se discute una ley pedagógica, o nuestros niveles de comprensión lectora descienden, León Trahtemberg aparece. Lo buscan o se pronuncia. Pero está. Como ahora, en su oficina de paredes blancas cuya ventana da directamente al patio.

Antes de ser un especialista renombrado y fundar el colegio Áleph, junto a Fiorella de Ferrari y Marisol Bellatin, Trahtemberg era un alumno harto de los ejercicios matemáticos y desencantado de la biología y el arte que nunca se cambió de colegio “porque los padres resolvían por uno y la norma indicaba que los hijos de judíos iban al León Pinelo”.

Su padre lo vislumbraba como un poderoso ingeniero de millonarios negocios. Trahtemberg, que empezó a enseñar desde los 15 años a sus compañeros de clase, cumplió en parte. Estudió Ingeniería Mecánica, abrió un taller automotriz, pero luego renunció a todo para dedicarse enteramente a la enseñanza.

Fue profesor, increíblemente, del León Pinelo (donde su suegro fue director) desde los 19 años y, luego, fue director de la misma institución durante 25 años hasta el 2008. Allí le enseñó a sus tres hijos. Situación que -acepta- fue complicada para ellos (su esposa también era docente del León Pinelo en ese tiempo) por las burlas de sus compañeros y los supuestos favoritismos que aducían algunos padres. «Valgan verdades, si hubiera habido otro colegio judío, los hubiera cambiado”.

Tras su paso por el León Pinelo, donde educó de la manera convencional, Trahtemberg tuvo tiempo para reflexionar. De pronto, el tema de sus artículos era cómo «hacer sexy» la enseñanza. Postulaba que las matemáticas son tan importantes como las humanidades. Y que un profesor no debía ser un pronosticador del futuro de sus alumnos.

Los comentarios que acompañan sus decenas de conferencias y ensayos en Internet no siempre son generosos. Hay quienes lo critican, muchos de ellos ex-alumnos suyos. Le preguntan por qué no adoptó esta misma filosofía y fue tan poco flexible en el León Pinelo. Por ello, en el 2010, Trahtemberg publicó «Los errores de los cuales aprendí», libro donde reconoce sus excesos. Un mensaje en Facebook de un exalumno, que vagaba en clases, lo motivó a escribirlo. Dinamitó su cerebro. “Tú me dijiste que no iba a ser médico, y mira, no solamente soy médico sino que soy reconocido. Te equivocaste”. El maestro se disculpó. “Tú eres parte del pasado que me ayudó a aprender”, le respondió. Eso le sigue pasando con cierta frecuencia. Se ha reconciliado con varios, dice.

Niño constructor

-Tenedores a la izquierda y cuchillos a la derecha-. Son las dos de la tarde, y dos niños de seis años están poniendo la mesa, en un amplio comedor, con sillas de colores. Vigilados por una de sus dos profesoras, colocan el mantel, los platos y tazones.

“La cocina es un laboratorio más de aprendizaje. Se aprende a sumar y agrupar. Y cada plato encierra la historia de un pueblo o una época”, explica Marisol Bellatin, socia del Áleph. En el 2004, con tan solo 23 años, esta administradora creó, junto a Fiorella de Ferrari, pedagoga, actriz y amiga de la infancia, ‘La Casa Amarilla’, una de las primeras revoluciones educativas del país, inspirada en la ideología del Reggio Emilia, una pequeña ciudad al norte de Italia donde se imparte educación inicial de alta calidad.

El ejercicio de la etapa escolar que más recuerda Bellatin es la Torre Eiffel. Investigó, preguntó, y hasta construyó una de papel. No fue una tarea, nada impuesto. De eso se trata: de hacer memorable el sano interés.
Por eso, una de las primeras actividades del día es reunirse para conversar sobre cualquier tema que planteen los alumnos. Un dibujo, el color del cielo, una hormiga, lo que sea. En la entrada del salón de Prekinder (4 años), una cartulina sobre un atril, es el ejemplo más claro: el accidente de Antonia.

Estas son mis lágrimas, aquí está el remedio, mi vestido tenía puntitos…Antonia dibujó su caída. Un simple raspón le sirvió de excusa para entender que ‘el alcohol no es malo’ aunque le haya ardido. Y que la próxima vez debe tener más cuidado.

“La idea del niño constructor constante de conocimiento guía nuestra práctica y no la del maestro contenedor de la verdad absoluta”, añade Fiorella de Ferrari, especificando que las únicas experiencias premeditadas (o cursos típicos) del colegio son inglés, matemáticas y lenguaje. El resto son talleres.

Hace unos meses, el Áleph fui incluido entre los diez colegios más costosos del Perú. Sus cuotas son difícilmente accesibles para la mayor parte de la población, a pesar de tener un sistema de becas. Para Trahtemberg, los costos bajarían si existiera un subsidio del Estado. Si usted quiere un BMW debe poder pagarlo. La mala educación -dice Fernando Savater- es más costosa que la de calidad*.

* El periodista hacía alusión al artículo en Correo del 03 04 2015 de León Trahtemberg Educación costosa, cara, accesible

En FB 12 04 2015 https://www.facebook.com/leon.trahtemberg/posts/634272776673261

 

Fiorella de Ferrari, León Trahtemberg y Marisol Bellatín, co promotores del colegio Áleph

 

http://www.larepublica.pe/impresa/revista-domingo-12-04-2015-pag10

http://www.larepublica.pe/impresa/revista-domingo-12-04-2015-pag11

 

 

El juego y la metodología por rincones (sectores) y sus beneficios para tu hijo. Esta actividad es eminentemente lúdica, aplicada, y lleva al disfrute integral del niño que aprende. Se puede llevar a cabo en casa y en el aula