Imaginemos que a los 25 alumnos de un salón de clases que nunca hicieron carreras de 100m planos el profesor de Educación Física les plantea que ese año el reto es aprender a correr a velocidad, y que la marca aprobatoria es, digamos, 16 segundos.

Empiezan todos igual, con el modelado del profesor y algunas explicaciones de la técnica a usar y con ello hacen unas primeras carreras. De inmediato unos cuantos alumnos logran mostrarse muy veloces alcanzando desde la primera clase una marca muy cercana a la meta y en cambio otros se muestran bastante lentos.

El profesor les dice que conforme vayan practicando se irán acercando a la marca requerida. Y acá ocurre lo crucial. Unos 3 alumnos alcanzan la marca al cabo de pocas clases, y conforme siguen practicando la mejoran incluso. A ellos el profesor los premia por sus “logros muy satisfactorios” (AD). Otros 5 alumnos van logrando la marca al cabo de varias horas más de práctica y el profesor les dice que han hecho un trabajo “satisfactorio” (A). Sin embargo, a esas alturas, ya se ve que hay un grupo de 12 alumnos que aunque completaron todas las horas de prácticas del trimestre, llegan a marcas entre 18 y 20 segundos a los que el profesor considera que están “en proceso” (B); y un cuarto grupo de 5 alumnos que por razones de su estructura corporal, coordinaciones, capacidades motoras, apenas bordean los 20 segundos a los que el profesor califica “en inicio” (C).

Por recomendación del profesor los alumnos que están “en proceso” y “en inicio” se quedan horas extras, contratan un profesor particular para practicar más y más pero apenas logran mejorar en uno o dos segundos sus marcas. Sus cuerpos no dan para más y apenas bordean los 18 segundos. Pero el profesor insiste en que deben esforzarse más, ir a nivelación, trabajar más en vacaciones, ya que aún no tienen logros satisfactorios definidos por los 1.60 m.

Cambié la frase Educación Física por cualquier otra área escolar. Si Ud. fuera padre o madre de uno de estos alumnos ¿sentiría que el abordaje educativo respecto a su hijo o hija es el adecuado? ¿Sentiría que su hijo está siendo estimulado positivamente o maltratado? ¿Sentiría que al profesor no se le ocurre que en esta actividad su hijo nunca llegará a la marca pensada “para otros” y que hay que aceptar que lo que su hijo logra con su mejor esfuerzo merece una AD y no una C, porque su hijo es como es y no es como los otros que tienen facilidades en esta actividad para lograr mucho más? ¿Pensaría quizá que el profesor debiera ofrecerle a su hijo otras opciones de actividad en las que pudiera desempeñarse mejor, sentir que logra y con ello nutrir su autoestima y motivación, sin tener que comparar sus logros con los records que alcanzan otros? En suma, ¿sentiría que su hijo está siendo valorado por lo que es y hace o por comparación a lo que otros son y logran?

Ese es uno de los grandes fracasos de la escuela y el currículo tradicional, que es estructuralmente elitista, en el sentido de que le resulta normal que “el tercio superior” logre lo esperado y sea premiado por eso, y que el resto se reparta en el espectro de los fracasados y tengan que vivir bajo la sombra de los primeros, por más esfuerzos que hagan, porque lo logros de los alumnos se evalúan comparativamente, vía rankings o escala de notas, y no en base a la línea de base de cada alumno, considerando sus capacidades reales, intereses, dedicación y desarrollos personales.

Ya es hora que el Minedu y los educadores en general se pregunten si no es hora de imaginar una escuela en la que todos los alumnos tengan el derecho a tener éxito (en el sentido integral de la palabra), y sea la escuela la que genere las condiciones para que eso ocurra, en vez de mantener la imaginen de escuela tradicional en la que hay una sola forma estándar de tener éxito, y que si los alumnos no calzan con ella deben ser considerados fracasados. Es hora también que tomen nota de la enorme cantidad de bibliografía que evidencia que las notas o el orden de mérito escolar no correlacionan con el desempeño profesional o académico exitoso de sus egresados, cuyos logros dependen de cómo cultivan sus intereses, personalidad, ventajas comparativas, capacidades creativas, inteligencia socioemocional y pasiones, más que con su promedio escolar.

La pregunta crucial para educadores es de qué depende el éxito en la vida de un alumno: de su esfuerzo infinito sin logros en las áreas en las que no está muy dotado ni motivado, o de su entrega apasionada a aquellas áreas que siente accesibles, en las que está cómodo, comprende, disfruta, se siente competente y es capaz de encarar retos difíciles con mucha entrega, con lo que va perfilando las capacidades en las que será fuerte y tendrá éxito en la vida…

En suma, cuál es nuestro rol como educadores: ¿educar ganadores o perdedores?