Adolescentes hijos del divorcio que tienen severas lesiones emocionales; hijos del maltrato, la violencia, el abandono, la incomunicación familiar. Consumidores de drogas, alcohol. Viciosos compulsivos… Jóvenes embarazadas, anoréxicas, bulímicas… Cárceles llenas de jóvenes, principalmente pobres, quienes debido a la precariedad de su hogar nunca tuvieron una oportunidad de aprender a vivir respetando los derechos de los demás sin delinquir, transgredir, violar, agredir… Así son cada vez más jóvenes peruanos.
¿Y quién hace algo al respecto? Casi nadie. ¿Quién debería hacerlo, en ausencia de una familia estructurada, contenedora, comunicada, que ama, orienta y a la vez pone límites? La única institución social a la que acude casi el 100% de los niños que podría hacer algo por todos ellos es la escuela, que debería convertirse literalmente en un «segundo hogar», digno y saludable, un escenario de crianza y educación integral, y no solamente de docencia e instrucción. Pero para ello resulta imprescindible que los psicólogos y asistentes sociales entren a tallar en la vida escolar, y además que los profesores sean formados y entrenados para tener la capacidad de dar consejería personal y familiar.
Diversos estudios sobre resiliencia, que aluden a la capacidad de las personas para sobreponerse a la adversidad y salir fortalecidos de las experiencias más traumáticas, abonan a favor de la conveniencia de darles una oportunidad de atención emocional a los niños y jóvenes desfavorecidos o emocionalmente lesionados. Se sabe que la presencia continua de al menos una persona adulta competente y emocionalmente estable puede fortalecer la tolerancia a la frustración de los niños y con ello prevenir las conductas autodestructivas y los impulsos transgresores.
Si bien en los últimos años el currículo oficial incluye una hora semanal de tutoría escolar (especialmente por insistencia del actual viceministro Idel Vexler), si no se cuenta con profesores preparados, psicólogos escolares y asistentes sociales trabajando en equipo en la escuela, se sacará poco provecho de esa tutoría. Si está en juego la salud mental de las nuevas generaciones de peruanos, las planillas escolares privadas y públicas deberían tener plazas asignadas para al menos un psicólogo escolar por cada 300 niños, para así empezar a marcar las rutas de este trabajo emocional. Asimismo, los institutos y facultades de educación deberían revisar urgentemente el currículo de formación docente, para incorporarle aquellos componentes que pudieran permitir a sus egresados desempeñar adecuadamente esa tutoría y consejería escolar.