Antes del partido de fútbol del Perú con Brasil (o Argentina, Uruguay, Colombia…): “el equipo anda con la moral alta”; “podemos ganar”. Después del partido: “lástima que fallamos varios goles”; “el arbitro nos perjudicó”; “no tuvimos suerte”.
Antes del partido, a encender pasiones. Después de todo, aún para países futbolísticamente mediocres el fútbol es un gran negocio para los medios de comunicación, los analistas especializados, anunciantes, entrenadores, jugadores, representantes, y por supuesto los dirigentes, que gozan de las gollerías del poder y no pocas oportunidades de hacer fortuna. Claro que también se beneficia el turismo cuando hay campeonatos de nota, y también los gobernantes, que como Velasco, Videla, Pinochet, Fujimori y tantos otros han sabido hacer del fútbol un excelente distractor de los grandes problemas nacionales. Eso explica además la impunidad de la que gozan los barristas vándalos –perfectamente identificados- para destruir la propiedad privada ante la complacencia policial y judicial, porque son los encargados de exacerbar las pasiones que alimentan el negocio futbolístico.
Los países que trabajan en serio la dimensión deportiva, la organizan para que sea una actividad altamente productiva en materia futbolística, social y económica. Trabajan sostenidamente con las divisiones inferiores, invierten en infraestructura y formación de entrenadores, permiten el roce nacional e internacional de los jugadores y entrenadores, de modo que al llegar a las divisiones superiores los futbolistas bien formados, trajinados y disciplinados puedan producir resultados satisfactorios. Nada de eso ocurre en el Perú, donde reina la improvisación, la búsqueda de logros en el corto plazo (sin haber hecho un trabajo planificado y continuo de largo aliento), los negociados, la interferencia de dirigentes nacionales mediocres y tantos otros problemas.
Un caso reciente de ese voluntarismo triunfalista manipulador que ciega a la hinchada lo proporciona el caso de Perú con Brasil que los dirigentes y jugadores anunciaban como una posible victoria peruana. Hace 20 que Perú no le gana a Brasil. Nunca le ha ganado en una eliminatoria para el mundial. De 32 partidos jugados Perú solo ganó 3 y empató 6. Brasil le metió 73 goles y Perú solo 24. A eso debemos agregar que la FIFA acaba de publicar los resultados de la clasificación mundial de equipos en el que aparece Brasil primero y Perú en el puesto 70 (1° Brasil 836 puntos, 2° Francia 782, 3° Argentina 777, 4° República Checa 774, 5° España 759, 6° México 752, 7° Holanda 750, 8° Inglaterra 746, 9° Portugal 740, 10° Italia 736, Estados Unidos 736.) Pese a ello, hubo jugadores y dirigentes que apostaban por la victoria del Perú frente a Brasil.
Carlos Picermi, jefe de la unidad técnica de menores de la FPF aseguró hace unos meses en Correo (2 10 2004) que la razón de los fracasos del fútbol peruano radica en su atraso de hasta 10 años debido a la formación tardía de sus jugadores. Los fracasos no tienen que ver con el biotipo, la debilidad anímica o la alimentación, sino la falta de preparación. En Argentina y Brasil, los menores acumulan desde los 6 hasta los 17 años un total de 1,680 sesiones de entrenamiento, en cambio en el Perú solamente 168 sesiones (10%). Entre esas edades los argentinos y brasileños participan de 520 torneos y los peruanos solamente 108. “Solo si las cosas se hacen bien, en cuatro años se empezarían a ver los cambios con la aparición de jugadores mejor formados, y en siete a diez años empezarían a llegar a la primera división una nueva cantidad de jugadores con otro perfil”.
¿Qué significa en ese contexto ganarle a Brasil, Argentina, Ecuador o Bolivia? Un autogol. Un premio indebido a la mediocridad. Son triunfos que alimentan la cultura de “ganar porque tuvimos suerte”, que alargan la permanencia de dirigentes y entrenadores incompetentes, debilitando la exigencia de hacer un trabajo serio desde la base y a largo plazo, sin el cual estaremos siempre fuera de carrera. Exactamente lo mismo que ocurre con la educación peruana, que no sale de los últimos lugares de cuanta evaluación internacional se haga, aunque los gobernantes quieran vender la ilusión de que pronto tendremos “la mejor educación de América Latina” (¿se acuerdan?). Así las cosas, si por casualidad ganamos un partido, perdemos, porque desinflamos la presión por producir cambios estructurales.
Algo más, para terminar. El fútbol refleja la realidad nacional que está penetrada por la informalidad, la indisciplina, el engaño y el egoísmo que se observan en los comportamientos de muchos peruanos en la vida política, económica y social. Solamente si vamos a tomar las cosas en serio en todas las dimensiones de la vida nacional, también en el fútbol empezaremos a mejorar.

 

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