El concepto de escuela como “segundo hogar” dejó de ser una metáfora romántica para convertirse paulatinamente en una realidad para miles de niños y jóvenes que proceden de hogares disociados y disfuncionales, cuya única alternativa para ser acogidos y orientados por alguna institución social es la escuela. Las evidencias de incomunicación entre padres e hijos; abandono de los hijos por parte de uno o ambos padres; violencia familiar; desórdenes de alimentación, drogadicción, alcoholismo y embarazo precoz adolescente, son tan abrumadoras, que paulatinamente se convierten en excepción los hogares bien articulados y funcionales, en los que hay amor, comunicación, contención y límites para los naturales desbordes de los hijos.
Eso quiere decir que si la escuela estuviera a tono con los retos sociales de sus tiempos, debería convertirse en un escenario de crianza y educación en su sentido más amplio, más que solamente de docencia e instrucción como lo era en los siglos pasados. Pero para ello resulta limitado el aporte que pueden hacer los profesores formados y entrenados para ser docentes más que consejeros y orientadores personales y familiares. Se vuelve imprescindible que los psicólogos, como profesionales de la salud mental, entren a tallar en la escuela, al lado de los asistentes sociales.
No está de más tomar nota que cuando se observa la extracción socioeconómica y educativa de la población encarcelada en los penales de todo el país, encontramos que la mayoría son jóvenes y más del 90% son personas pobres, poco educadas, procedentes de hogares fracturados, sin opción de empleo, que delinquen para conseguir ingresos o para mantener sus vicios. Si hubieran tenido mejores condiciones sociales de partida, u orientadores que los hubieran rescatado a tiempo, no estarían presos. Eso significa que la sociedad peruana lejos de darles la oportunidad de salir adelante lo que hace es tenderles una trampa. Los cría sin oportunidades de éxito para luego castigarlos y meterlos presos por delinquir, que es lo único que aprendieron a hacer para sobrevivir. Ese doble castigo no solo es un problema ético de máxima importancia sino también un problema social, porque gente que podría ser productiva y socialmente adecuada termina siendo destructiva y aniquilada.
Diversos estudios sobre resiliencia, es decir la capacidad de sobreponerse a la adversidad y salir fortalecido de esa experiencia, abonan a favor de esta opción de darles una oportunidad de atención emocional a los niños y jóvenes desfavorecidos. Se sabe que hay factores protectores que contribuyen a que el niño resista o aminore los efectos del riesgo de ser disfuncionales, los cuales incluyen variables genéticas, disposiciones personales, factores psicológicos, situacionales y sociales. Al interior de la familia se ha identificado que la presencia del apoyo incondicional por al menos una persona competente y emocionalmente estable puede fortalecer la tolerancia a la frustración. En el ámbito comunitario se ha encontrado que contribuyen al desarrollo personal la presencia de pares y personas mayores que brinden la posibilidad de transiciones positivas en la vida. Aquí pueden jugar un rol central los profesores para estimular los factores internos de resiliencia como la autoestima, la creatividad, así como también los factores externos como el sistema social de apoyo.

Pese a ello, el Ministerio de Educación y el Congreso de la República aún están muy lejos de percatarse que si lo que está en juego es la salud mental de la nuevas generaciones de peruanos, las planillas escolares deben tener plazas asignadas para al menos un psicólogo escolar por cada 300 niños, para empezar a marcar las rutas del trabajo emocional y para orientar a los profesores sobre la manera de trabajar estas áreas con los alumnos. Así mismo, los Institutos Pedagógicos y las Facultades de Educación tendrían que revisar urgentemente los componentes del currículo de formación docente, para abrir más espacios a los aspectos de la formación que les pudieran permitir más adelante hacer las veces de tutores y consejeros escolares.

Existen en el Perú algunas experiencias significativas en el tema que han sido desarrolladas en colegios privados y por algunas ONGs que trabajan en sectores populares, que podrían ser rescatadas y ubicadas como referentes para promover una capacitación masiva de quienes habrán de tener en sus manos la vida emocional de los niños y jóvenes del Perú. Una de ellas, el “Centro Desarrollo Humano y Creatividad” dirigida por el reputado psicoanalista Marcos Gheiler (cdhc@qnet.com.pe), ha desarrollado una labor pionera en la formación de tutores no solo en el país sino en toda la región, y tendría bastante que ofrecerle a quienes quisieran incursionar en serio en este campo.