Ediciones regionales 23 06 2019

Recuerdo una conversación con un sociólogo israelí que me hablaba del desconcierto de los migrantes judíos procedentes de los países árabes y africanos (especialmente etíopes) que venían de una vida rural de agricultores pobres de subsistencia pre modernos con su idioma nativo a un país moderno y altamente tecnificado en todo orden de cosas como Israel. Mientras los padres aprendían a utilizar cocinas y refrigeradoras eléctricas, movilizarse en buses y adquirir ropa y comestibles en los grandes malls, los hijos iban a la escuela pública, adquirían fácilmente el idioma hebreo y a desenvolverse en el mismo contexto tecnológico y cultural del israelí moderno. Todo ello producía una ruptura en la línea de autoridad familiar, que tradicionalmente era patriarcal. De pronto los padres dependen de los hijos como traductores, como intérpretes de la cotidianidad urbana, para ir al médico o hacer algún trámite municipal o legal. A punta de una mezcla de amor y respeto a los mayores la familia no implosionaba, pero se les complicaba convivir como pares culturales.

La pregunta en ese contexto es ¿cómo puede un hijo confiar en los consejos de sus padres cuando tiene que encarar asuntos de la vida real para los cuales los padres están tan desfasados? ¿Cómo saber si los consejos de los padres responden a una sabiduría intemporal o a un prejuicio que proviene de su experiencia previa que ya caducó?

Regresando a nuestra modernidad, si hasta buena parte del siglo XX acoger el consejo de los padres era una especie de referente seguro, hacerlo hoy en pleno siglo XXI es cada vez más riesgoso por la notable velocidad de cambio de las realidades políticas, económicas, tecnológicas y sociales en las que vivimos.

Un consejo sabio para los jóvenes de estos tiempos sería “no le hagas caso a los padres”. Siendo así, ¿en qué se basará la “autoridad” de los padres en su relación con los hijos? Al igual que en la escuela, así como cambia el rol del buen maestro que ya no puede ser el del transmisor de la información tiene que cambiar el rol del buen padre en la familia, cuyo peso específico se basara más en la calidad del vínculo y los valores que transmiten que en cualquier otra consideración.

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