Por primera vez en muchos años, ayer vi dos partidos de fútbol casi completos Perú-Venezuela y Colombia-Argentina haciendo una pausa a mi pertenencia a esa muchedumbre de gente que no disfruta mayormente del fútbol. El primer partido, aburrido, equipos lerdos, estrategias predecibles, jugadas imprecisas. El segundo partido, dinámico, veloz, emotivo, muchas jugadas precisas. Durante los partidos, los narradores peruanos, con sus comentarios parcializados, contribuyendo a construir una fantasía ganadora para el equipo peruano.

Me produjo varias asociaciones. La primera ¡qué diferencia! ¿Cómo los seguidores del equipo peruano pueden imaginarse a sí mismos si quiera como pares de Argentina o Colombia, como candidatos a ganar la copa?. La segunda, ¿tiene sentido creer que un equipo como el peruano puede ser exitoso cuando está conformado por individuos procedentes de una liga de clubes de fútbol híper-mediocres, mayoritariamente quebrados o desfinanciados, sin canchas adecuadas ni divisiones inferiores, con altos niveles de corrupción e ineficiencia entre varios de sus máximos dirigentes?. La tercera, ¿cómo es que (casi) todos los equipos creen que ganarán el campeonato, cosa que es imposible para todos menos uno?.

Todos viven de una fantasía, científicamente imposible. La cuarta, ¿qué hace que 22 jugadores corriendo detrás de una pelota cuya posesión disputan sientan que están entregándose a una causa nacional? ¿Qué hace que el fútbol forme identidades personales, integre comunidades nacionales e incluso a veces proporcione razones para la violencia? ¿Qué diferencia un credo religioso de un credo nacionalista en el posible triunfo de un equipo de fútbol, al punto que miles dejan todo lo que tienen que hacer por acompañar emocionalmente cada uno de sus actos, aceptando la consabida versión de que “jugamos bien pero no pudimos ganar” o “el árbitro nos perjudicó”? Y la quinta, la más compleja, ¿cómo es que los seguidores de cada equipo, incluyendo a los narradores deportivos, invocan a dios para que les conceda el triunfo? ¿Cada país tiene un dios distinto? ¿Es entonces un campeonato entre dioses o es que el único dios hace preferencias para decidir qué equipo habrá de ganar?

Podríamos irnos hacia cuestionamientos más complejos aún, pero me quedo con esto: si tanta gente es capaz de creer en estas fantasías nacionales inventadas por ellos, e incluso movilizar esfuerzos, dinero, energía, tiempo, pasiones, para procurar que esa fantasía se realice, ¿por qué la nación peruana no tiene una fantasía compartida de un país poderoso, competente, sano, capaz de alcanzar los más altos logros en el concierto mundial? ¿Por qué para muchos la fantasía nacional es que somos un conjunto de ineptos, incompetentes, deshonestos, sacavuelteros, sometidos a burocracias y cúpulas políticas demenciales y corruptas, incapaces de hacer nada mejor que lo que hacen los primermundistas y por lo tanto resignados a estar en la cola de los desarrollos globales? ¿Por qué nuestra fantasía no es la del “sí lo queremos, podemos”; que incluya cosas como “Perú será un referente mundial reconocido y valorado por tener un estado digitalizado y eficiente, por liderar la investigación mundial en biodiversidad, por ser un paraíso para la innovación educativa, por tener a los mejores ajedrecistas del mundo, etc.”

Si toda la energía colocada en fantasear con el éxito en el fútbol se colocara en fantasear en el éxito de nuestro país en el logro de ambiciosas metas nacionales, podríamos hacer cosas grandes. Y si tuviéramos por delante gente que inspira confianza y alimenta el espíritu ganador como Gareca en nuestro liderazgo político, quizá esas fantasías pudieran convertirse en realidad.

Quién sabe a nuestros líderes políticos les sobre la obsesión por las encuestas, el dinero fácil y ese figuretismo que alimenta su ego y su fantasía de trascendencia, y en cambio les falte esa visión de país magnífico cuyos peldaños está en sus manos colocar.

Sin un sueño compartido de grandeza difícilmente los peruanos podamos hacer converger nuestros esfuerzos y pasiones en la misma dirección. Construyámoslo y elijamos líderes, -que figurativamente son los padres de la nación-, cuyo ejemplo y magnetismo sean capaces de inspirarnos y animarnos a actuar en esa dirección.

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