Hay una notable oración en El Principito que dice que solo con el corazón se puede ver la verdad y que lo esencial es invisible a los ojos (https://m.youtube.com/watch?v=2nSbwXc63Cw#menu)

Creo que todos los padres, educadores y políticos deberían preguntarse qué es aquello esencial de la vida de nuestros niños que les resulta invisible, pero que los está impactando en sus vidas y su formación ciudadana. Cuál es ese meta-aprendizaje que está modelando su personalidad, su mente y sus capacidades sociales y cívicas.

Por ejemplo, ¿qué sienten los niños, aunque no siempre sean conscientes de ello o puedan verbalizarlo, cuando observan la dinámica política que los invade a través de los medios masivos de comunicación? El que menos debe estar oscilando entre la indiferencia porque “así es el Perú” y el estrés y la angustia de una sociedad de la que se resaltan sus problemas y conflictos que no parecen tener vías de solución. No hay diálogo, hay mucha confrontación hepática destructiva, sin una visión positiva del “día siguiente” o del bienestar común. No hay un liderazgo político sano y visionario que inspire a las nuevas generaciones con su ejemplo y mensajes. Lo que se ve en los medios son los chillidos de siempre de parte de los políticos sin credibilidad de siempre con las posturas hepáticas destructivas de siempre.

En los pocos minutos que tolero ver los discursos de congresistas me pregunto ¿por qué gritan? ¿A quién le gritan? ¿Creen que una idea es más respetable cuando la gritan?

¿Sus gritos expresan pasión o más bien hostilidad? También me pregunto cómo se espera que se construya el ideal democrático en esas mentes juveniles resignadas o llenas de estereotipos desalentadores.

Quién sabe el único mensaje educativo que cabe es “aceptemos que heredamos una serie de problemas de nuestros padres y antecesores, y hagamos nuestra parte para cambiar el Perú”.

Salirse de ese mayoritario movimiento de “con la política no te metas” que elimina del escenario público a gente talentosa y bien intencionada para convertirlo en un movimiento de “si no me meto en la política le dejo la cancha libre a los incompetentes y corruptos”. Eso significa animarlos a rebelarse contra lo que les parece mal y proponer opciones más constructivas. Pero ¿adónde se cultiva esa pasión? ¿Los hogares lo están haciendo?

¿Los colegios y universidades abren espacios para desarrollar proyectos que impliquen promover cambios sociales (sin sancionar a los estudiantes por considerarlos anti-sistema)?

¿Cómo cambiarán las cosas si no cambiamos ni dejamos cambiar nada?

Creo que el presidente, los ministros y los líderes políticos y congresistas que se consideren respetables deben usar menos bilis del hígado y más generosidad del corazón

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