Correo 11 01 2019

Supongamos que la estrategia de aprendizaje fonético de lectura (reconocer sonidos de letras, armar sílabas y luego construir palabras) funciona bien para unos alumnos, especialmente con dificultades (favorece la técnica) y el método global (captar la palabra como un todo y luego descubrir sus componentes y a través de ello arman otras palabras) funciona mejor para otros (favorece la comprensión). Supongamos que en matemáticas, el método de instrucción directa con la ejercitación continua y memorización de patrones sirve a unos pero otros se benefician más de explorar, disfrutar y descubrir por sí solos los conceptos matemáticos.

¿Cuál es la mejor decisión para el conjunto? ¿El punto medio? Eso no maximizaría los beneficios porque seguiría habiendo alumnos expuestos a fórmulas que no les son eficaces. Más sentido tendría usar ambos métodos dependiendo de cómo es cada alumno (con unos el fonético en comunicaciones y el explícito directo en matemáticas y con otros el basado en el enfoque global y el del descubrimiento).

Pero eso supone reconocer que ningún método funciona para todos lo que atenta contra quienes aspiran a que uno de ellos calce para todos por igual, con lo que se perjudica a los alumnos para los cuales el escogido no es el método eficaz.

Esa es la parte frágil de las políticas y estrategias que se presentan como panaceas ideales aplicables para todos por igual. Esa es la parte frágil de no confiar en que los maestros no son autómatas sino profesionales pensantes que sabrán identificar del menú de opciones, cuál es la más pertinente para cada alumno.

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