El currículo nacional establece los aprendizajes que se espera logren los estudiantes para lo cual define un “perfil de egreso” que se lograría de alcanzar las competencias que se describen con estándares de aprendizaje que debieran lograr todos los estudiantes, y que son observables a través de desempeños prescritos. Estas competencias se organizan por áreas curriculares que configuran el plan de estudios, que pre establece el número de horas para cada área, según la importancia relativa que le otorga a cada área el Minedu.

Más allá del cuestionable concepto de formular un currículo que desintegra lo cognitivo por áreas a cada una de las cuales les asigna algunas horas y 2 ó 3 competencias a evaluar mediante desempeños (excluyendo las habilidades blandas y los factores no cognitivos), -que de por sí debiera dar paso a una visión mucho más integradora e interdisciplinaria que es la que forma ciudadanos-, preocupa la presunción de que todos los alumnos deben alcanzar el mismo nivel de logro óptimo en cada competencia. De no hacerlo, los califican de “inicio” o “en proceso” pese a que ese nivel de logro es el máximo que podrían alcanzar. Eso, lo único que hace es convertir a la escuela en un escenario para el fracaso mayoritario, porque es imposible que todos los alumnos obtengan “logro satisfactorio” en todas las áreas, mucho menos los que tienen algunas limitaciones o dificultades objetivas en algunas de ellas.

En otras palabras, el referente para el éxito al que puede llegar “Jaime” es lo que el Minedu considera que puede lograr “Rosa”, y no el propio “Jaime”, que por lo tanto siempre tendrá que sentirse inferior a “Rosa” (con los consecuentes daños a su autoestima, seguridad, confianza, sentido de utilidad, anulación vocacional, etc.).

Quizá una analogía con el salto alto pueda ayudar a entender esto.

Los expertos del Minedu deciden que en Educación Física los alumnos de 5to de secundaria deben saltar alto 1.80 m como logro satisfactorio de la competencia de habilidad motora. Ese es el estándar. Frente a ello tendremos a) un grupo de alumnos que sin mucho esfuerzo, lo pasa y obtiene LOGRO en su desempeño. Otro grupo que con mucho esfuerzo también pasa la marca, obteniendo LOGRO. Un tercer grupo que pese a todos sus esfuerzos solo llega a su máximo de 1.60 m. Al evaluarlo le dirán “está en proceso” (o sea, no logró). Finalmente hay un alumno que ni lo intenta por miedo a fracturarse; pese a ser gran corredor, no se siente apto, tiene vergüenza y temor al bullying. Lo evalúan diciendo que está “EN INICIO”. En vez de evaluar su capacidad motora en carreras, debe evidenciar sus capacidades en el salto alto, porque esa es la competencia y el estándar escogido por el Minedu.

Lo que esto produce en esencia es un currículo para el tercio superior, porque anticipadamente podemos asumir que aproximadamente ½ a 2/3 no logrará ese nivel de logro premiado. Es lo que nos muestran continuamente las evaluaciones censales y buena parte de todas las otras evaluaciones. Es un currículo que golpea la autoestima, autoimagen, seguridad y sentido de utilidad del alumno, que obviamente no disfruta ni tiene éxito.

¿Por qué la escuela tiene que medir y etiquetar a los alumnos en función de desempeños utópicos pre establecidos, desconociendo la realidad y línea de base de cada alumno? ¿Por qué todos tienen que aprender lo mismo, de la misma manera, y pasar por una evaluación uniforme que no respeta las diferencias?

Mientras tengamos un currículo por competencias y estándares idénticos a medirse con pruebas estandarizadas y evaluaciones uniformes para todos los alumnos como si todos fueran igualmente competentes e interesados en todas las áreas, no saldremos de este círculo vicioso que produce un amplio espectro de fracasos. Sin olvidar que ya es hora que el currículo segmentado por áreas, competencias por c/u, y horas fijas para c/área, pasen a mejor vida. Hay fórmulas mucho más integradoras e interesantes que convierten al alumno en investigador y apuntalan a lo largo de su escolaridad su condición de ciudadano.

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