Uno de los efectos de la abundancia de información disponible es nuestra tendencia a asumir como cierto algo cuando parece responder a nuestro sentido común, sin mayor verificación, lo que puede llevar a construir mitos y estrategias basadas en ellos con efectos prácticos nocivos.

Uno de ellos es el que sostiene que hay que lograr que los egresados escolares con mejores promedios se orienten a la carrera de educación o pedagogía, porque eso garantizará tener luego mejores maestros. Se usa como referencia lo que sostiene McKinsey de que Singapur, Finlandia, Corea del Sur etc. escogen al 100% de sus futuros profesores del tercio superior de egresados escolares, frente a solo el 23% en EE.UU. y 14% en el caso de los colegios más pobres. (What Works May Hurt, Yong Zhao, 2018 pags. 89-90).

Zhao cita al experto finlandés Pasi Salhberg diciendo que esa es una leyenda urbana y que en Finlandia no se usa el desempeño académico escolar para elegir candidatos a profesores, porque los mejores alumnos no siempre son luego los mejores profesores. También cita un estudio de Erik Gronqvist y Jonas Vlachosdel Instituto Sueco de Investigaciones de Economía Industrial que correlacionan los puntajes promedio que tuvieron los profesores durante sus estudios en la alta secundaria y los logros de sus actuales alumnos en los colegios. Encontraron que mientras que los alumnos con altas habilidades cognitivas se benefician de tener profesores con ese perfil, en cambio perjudica a los que tienen menores habilidades cognitivas. En suma, hace crecer la brecha entre alumnos con más y menos habilidades cognitivas. Es más, encuentran que los alumnos que tienen desempeños escolares más bajos se benefician mucho de tener profesores con altas habilidades sociales (no cognitivas), que no necesariamente las tienen los profesores que tienen mayores habilidades cognitivas.

Se podría hipotetizar que a los profesores que fueron alumnos que tuvieron siempre un alto desempeño académico (el estudio les venía fácil) les cuesta más trabajo conectarse emocionalmente con los niños con dificultades, que en el caso de quienes tuvieron dificultades en su historia personal (el estudio les venía difícil y por eso entienden mejor a quienes tienen dificultades), pero eso está por estudiarse.

Una vez más: no nos dejemos llevar por titulares periodísticos, mitos, costumbres (“lo que funciona en otros lados”), ni siquiera por lo que parece responder a los sentidos comunes para tomar decisiones de política. Analicemos cada contexto y los datos que sostienen a los factores intervinientes, así como la diversidad de opciones posibles para nuestra realidad, antes de tomar decisiones y estrategias en el campo educativo que pueden resultar una pérdida de tiempo, dinero y oportunidades para nuestros niños y jóvenes. En el Perú esto es particularmente relevante por ejemplo para todos los sistemas de becas que se aplican a los “mejores egresados de los colegios”, y en particular, a aquellos que se hacen con el afán de atraerlos a la carrera docente.

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