Cada semana, en reuniones de amigos coetáneos, vamos abordando con más frecuencia temas referidos a un reciente fallecimiento, alguien que tiene Alzheimer, alguien al que le han detectado un cáncer u otra enfermedad. Cada noticia de esas nos lleva a pensar en la finitud de la vida y la posibilidad de que cualquiera de nosotros caiga de manera sorpresiva o mediante larga agonía a una situación similar a la de quienes son nuestros ocasionales aludidos. Claro que todos apostamos a la lotería de la vida. También hay los que cumplen 100 años o más con un recorrido pleno de vitalidad, productividad y amor familiar. Pero inevitablemente uno se pregunta si le tocará la carta ganadora.

Esto sirve de telón de fondo para preguntarnos ¿cómo se sostienen incólumes nuestros afectos cuando alguno se enferma de modo irreversible? ¿Qué dejamos tras nuestro al morir? ¿Cómo evaluar el sentido que tuvo nuestra vida ante una muerte que dejará tarde o temprano en los vivos tan solo eventuales evocaciones efímeras?

Quizá la pregunta que debiéramos hacernos es en qué cambió el mundo debido a nuestro paso por él o si acaso el mundo con o sin nosotros sería el mismo. Preguntarnos si hemos dejado alguna contribución, que una vez desaparecido el recuerdo de nuestra persona siga teniendo sentido, porque gracias a nosotros pasó algo valioso para bien de los demás. Eso nos daría una idea del sentido que tiene nuestra vida en este mundo.

Yo he tenido la suerte de haber sido tocado por familiares y amigos cuya vida ha dejado y sigue dejando huellas que animan mis afectos e inspiración. Me pregunto cuántos han tenido esa fortuna, porque a final de cuentas, lo que nos llevamos a la tumba es esa dosis de emoción y amor de las personas cuya vida nos tocó o hemos tocado, para quienes nuestra existencia resultó significativa; esa porción de energía positiva suscitada en quienes hemos logrado rescatar, apoyar, alentar, estimular, orientar, reconciliar, empoderar… junto con esa acogedora sensación de amor que compartimos cuando tenemos vínculos de amistad sincera con nuestros cercanos.

En la medida que podamos sentir que la vida de otros se nutrió o mejoró en algo gracias a nuestro paso por este mundo, podremos sentir que nuestra vida tuvo sentido, y que sin ella los demás se hubieran privado de las huellas que nosotros les hemos dejado.

Si es así, cabe preguntarnos, cada uno, ¿qué he hecho o puedo aún hacer para que éste sea un mundo mejor? ¿Qué almas puedo aún tocar, alentar, nutrir, salvar o ayudar a sanar? ¿La amistad de quién puedo aún cultivar o retribuir? Y si aparece algo en el horizonte, no esperar más…