Hay relación entre la educación y el despelote político y la incompetencia estatal (León Trahtemberg)

Curiosamente en el Perú se tiende a pensar que la educación escolar y superior van por un lado, (con calidad que se mide con pruebas estandarizadas de matemáticas, lectura y rankings), y la vida democrática y la eficacia de los políticos y decisores que administran el estado van por otro lado, sin conexión o causalidad evidente entre uno y otro. La creencia de que educación equivale a escolaridad y que sus efectos se ven en el largo plazo (inclusive la universitaria) ayuda a bloquear ese entendimiento. De allí que muchos imaginan que para mejorar la educación basta invertir en infraestructura, materiales, computadoras, capacitación y salarios docentes, y que para gozar de paz social y armonía política con baja corrupción y seguridad ciudadana basta tener más leyes, impuestos, controles burocráticos y presupuesto para policías, fiscales y jueces. Eso es tan absurdo como pretender que para tener una población sana basta con comprar suficientes vacunas y medicamentos o que la masificación de la venta de vehículos no tiene nada que ver con los problemas del tránsito, ausencia de transporte público eficiente y stock de pistas.

El despelote político, la desesperante desatención de niños, ancianos y enfermos, la incompetencia estatal para gastar recursos que proporcionan bienestar a la población, la corrupción e inseguridad ciudadana (policial y judicial) debieran llevar a sensibilizarnos para entender que la prioridad del sistema educativo debiera ser la de formar ciudadanos capaces de esforzarse por el bienestar común y la convivencia pacífica y segura, (más que para entrenarlos para rendir pruebas estandarizadas), porque son sus egresados (incluyendo los políticos, empresarios y burócratas) los que definen y definirán el perfil de vida de nuestra sociedad.

El Presidente Vizcarra y su gabinete tienen la oportunidad de romper este dique y apostar por una educación para la vida ciudadana impregnada por los valores cívicos y éticos que aspiramos que estén vigentes en nuestro país para construir una democracia de la que todos nos sintamos parte y orgullosos, tal como lo aporta también Ignazio de Ferrari en su columna «La educación y la República» (El Comercio. 20/04/2018)

Vale la pena mencionar que en su reciente columna «Democracia en América Latina» (El Comercio, 25/03/2018) Farid Kahhat trae datos de Freedom House y The Economist que muestran que la democracia y las libertades que en ella deben ejercerse están en franco retroceso en todo el mundo. Son 89 de los 167 países evaluados por The Economist los que han empeorado en estos indicadores, incluyendo al Perú, y son 71 países los que según Freedom House cayeron en el goce de sus libertades.

¿Queremos estar entre los países que se deterioran cada año o entre aquellos que revierten sus males para beneficio de todos? Y si es esto último, ¿no debería expresarse mediante un nuevo enfoque educativo para el país, que ponga la ciudadanía para vivir en democracia como el valor central? ¿Cómo se forma ciudadanía cuando lo que ocurre y se estudia dentro de la escuela no tiene ninguna relación con lo que ocurre fuera de ella, porque el diseño del currículo, horario, evaluaciones, metodología de enseñanza, infraestructura, materiales y temas de estudio han sido definidos externamente al alumno sin considerar sus opiniones, intereses y realidades particulares? ¿Cómo se fomenta la ciudadanía y la capacidad de asumir compromisos sociales en pro del bienestar común cuando en las evaluaciones escolares lo único que se aprecia es cómo el alumno contesta preguntas y/o marca respuestas prefabricadas por el profesor sobre temas que interesan al Minedu o profesores -sin considerar los aportes, hipótesis, opiniones y toma de posición de los alumnos- hacia temas por los cuales ellos no sienten ningún compromiso o emoción, y cuando la convivencia entre los alumnos está marcada por la jerarquización, discriminación y bullying que encumbra y empodera a «los mejores» (en sus notas o fuerza de temperamento o capacidades deportivas) y desampara a «los peores» (en sus notas o debilidades de personalidad o destrezas deportivas)?

Ya hay suficientes evidencias en el Perú de que las generaciones anteriores que se educaron con los modelos tradicionales no tuvieron éxito en formar ciudadanos competentes y éticos para construir una democracia decente que valore la dignidad de las personas. ¿No es hora entonces de cambiar de modelo y de estrategias de cómo se diseña una escuela que responda a los retos de estos tiempos?

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