Tertulia entre dueños de funerarias 0612 2017 Aurora Digital, Israel

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A mis 67 años, 58 de los cuales los pasé como miembro activo, usuario, funcionario y redactor de la historia de la comunidad judía peruana, creo que tengo el suficiente recorrido como para hacer una reflexión sobre el presente y futuro de las comunidades judías, aunque sin referirme a ninguna en particular, porque he conocido directa o indirectamente a todas las de América Latina además de buena parte de las otras del mundo judío. También he podido ver cómo funcionan las decisiones de gestión nacional del Estado de Israel y las similitudes en la distancia entre los dirigentes y la población a la que “sirven” (o de la que se sirven), así como el rol militante del sector religioso en las decisiones que orientan de modo desproporcionado la ruta a seguir y la vida del estado y las comunidades. Y no se me ocurrió mejor título a esta columna que hacer una analogía con una “tertulia de dueños de funerarias” que enriquecen su ego, imagen pública y a veces bolsillos viendo cómo languidecen y mueren sus “clientes” comunitarios.

Por 30 años he asistido a innumerables eventos que congregaban a dirigentes y funcionarios de comunidades en las que estudiosos de la vida judía derrochaban su sabiduría en sendas conferencias sobre liderazgo, seguridad y terrorismo, antisemitismo, fund-raising, planificación estratégica, demografía, asimilación, religión, educación formal y no formal, etcétera, que se repetían casi como calco año a año sin evaluación alguna de los acuerdos de los eventos anteriores ni cambio positivo sustantivo alguno en las comunidades respecto a los temas de preocupación trabajados en años previos.

Por cuerda paralela se ha desarrollado el cotidiano real de la vida judía. Rabinos -algunos de dudosa moral- llevando de las narices a sus feligreses a cambio de promesas de la salvación de su alma, dirigentes que se estacionan en sus Mercedes o BMW en las sesiones comunitarias reclamando que no hay recursos para mantener la vida judía, colegios judíos que pierden alumnos y el atractivo de su identidad judía y sionista por preferir la identidad de los pueblos angloparlantes, jóvenes que terminado el colegio judío se divorcian de su comunidad, ausencia de identificación de los miembros de la comunidad respecto a sus dirigentes, donantes que condicionan sus aportes a que se hagan las cosas como ellos lo quieren, y los adicionales los puede colocar cualquier lector.

Claro que hay honorables excepciones de dirigentes y rabinos comprometidos y sensibles, donantes solidarios, hombres y mujeres militantes con vocación de servicio especialmente a los indigentes, enfermos y fallecidos, comisiones educativas con ánimo de vanguardia… pero todo indica que eso no alcanza para revertir el declive continuo de la vida judía en decenas de comunidades que languidecen en el terreno de los servicios de calidad y la capacidad de atraer a las nuevas generaciones de judíos hacia la causa compartida.

Similar decadencia se observa en Israel, con una población cada vez más frustrada y decepcionada con sus dirigentes y figuras nacionales representativas en los cuales observa una galopante corrupción y hasta acoso sexual, así como la imposición por razones políticas de normas de vida nacionales religiosas que irritan a la población mayoritaria.

La diferencia es que Israel tiene una reserva moral de una enorme población que activamente confronta a los dirigentes, protesta en voz alta, se organiza para producir cambios, denuncia y enfrenta la manipulación de los liderazgos religiosos que sostienen posturas totalitarias, que a la larga podría revertir la crisis de esta transición entre la generación de los “grandes constructores de Israel” que terminó con Shimón Peres y la nueva generación de israelíes del siglo XXI capaces de resetear la vida israelí y orientarla hacia la armonía y prosperidad.

En ese sentido debo aceptar que fui parte de un liderazgo comunitario local y regional latinoamericano que fracasamos en dos de los grandes objetivos de la continuidad judía: la solidaridad comprometida y honesta con el prójimo necesitado, esa que surge de entender que la justicia social que pregona el judaísmo supone que el que tiene de más (bienestar, dinero, salud, etc.) tiene la obligación de compartirlo con quien tiene de menos, y debe ser agradecido con quienes aportaron su esfuerzo por procurar su bienestar; y la valentía, ese reverso de la moneda de la cobardía que exhiben quienes lejos de mostrarse indiferentes, temerosos o acomodaticios frente a realidades comunitarias decadentes o perversas, hacen escuchar su voz de protesta y aglutinan esfuerzos para revertirlas.

Sólo queda desear que quienes sobrevivan a esta generación de transición de la vida comunitaria en nuestra región, al igual que en Israel, encuentren la motivación y fuerza para sobreponerse a esta herencia decadente para darle una mejor opción a la continuidad judía. Esa es la verdadera batalla contra la asimilación.

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