Correo 21 07 2017

Un informe del UCL sugiere que una secundaria unificada más amplia con estudios teóricos y prácticos ayudaría en la transición de los adolescentes a la vida adulta, apoyaría sus necesidades de transición individuales y ofrecería mejores condiciones para elecciones más significativas a los jóvenes respecto a su ruta futura. Aumentar las oportunidades para tener experiencias laborales durante esta fase ayudaría a los jóvenes a tomar decisiones sobre su futuro basándose en la comprensión auténtica de las diferentes ocupaciones profesionales y técnicas (New report recommends extending upper secondary education 6/7/2017 UCL University College London)

Los investigadores también sugieren la reducción del énfasis en la evaluación sumativa definitoria a los 16 años (evaluación de fin de la actual secundaria, que define la ruta futura académica o vocacional) porque esa selección a los 16 años podría tener efectos perjudiciales. Esta los obliga a alcanzar cierto nivel de logros en los exámenes de educación general a los 16 años y no cuando están realmente listos que puede ser un par de años después.

El informe recomienda una secundaria ampliada de los 14 a los 19 años que amplíe los aprendizajes de una educación general con opciones para probarse en el aprendizaje vocacional. También sugiere que el sistema sea respaldado socialmente con la colaboración institucional de todo tipo de entidades y empresas.

En buena hora que aparezcan iniciativas disruptivas para la secundaria que ya requiere una total reformulación. Hay demasiadas evidencias de que la actual no da para más.

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REFLEXIÓN:

Hace unos días compartí en mi Facebook una reflexión sobre la ruta a seguir de los egresados de secundaria preguntando retóricamente ¿por qué al terminar el colegio los jóvenes tienen que seguir de inmediato a la universidad o los institutos superiores? ¿Por qué no tomarse un par de años para clarificar valores, vocaciones, viajar, trabajar, cultivar hobbies, hasta estar maduros para asumir una carrera que se inspire en la verdadera pasión de c/u?

En Europa los alumnos terminan el colegio hacia los 19 años (hay uno o dos años más de escolaridad respecto al Perú) y muchos se toman un tiempo para viajar, ampliar horizontes, hacer voluntariados, servir en las FF.AA., trabajar para juntar dinero que solvente luego sus necesidades económicas mientras estudian, etc. En países como Israel todos los egresados del colegio hacen 2 años (mujeres) y 3 años (hombres) de servicio militar, luego se toman uno o dos años para viajar o trabajar y solo entonces van a la universidad. Llegan con una madurez, claridad vocacional, decisión para dedicarse a la carrera escogida, que les permite graduarse luego de una carrera muy exigente.

¿Tiene sentido escoger prematuramente una carrera condenándose a un estudio insulso y luego a una vida laboral aburrida y desapasionada?

¿Tiene sentido para los jóvenes peruanos ingresar a los 17 años a la universidad o instituto superior, escogiendo carreras en años previos a los 15 ó 16 sin mayor madurez presionados por el marketing universitario o influidos por los pareceres de padres, profesores o amigos, cuando aún no maduraron ni visualizaron su pasión? Si los catedráticos de los primeros ciclos hicieran públicas sus preocupaciones sobre estos jóvenes, dirían que buena parte de ellos dedican poco esfuerzo a estudiar, viven del mínimo esfuerzo, repiten una, dos y tres veces los cursos, cambian fácilmente de carreras, se exigen poco y finalmente egresan con una formación muy frágil. ¿No les iría mejor si se tomaran un respiro esclarecedor al terminar el colegio?

Entiendo que habrá quienes digan que esa pausa de un año “libre” es un lujo para los que lo puedan pagar (aunque la propuesta es que se autofinancie con sus ahorros, préstamos o trabajos) o que no hay muchas oportunidades para el empleo juvenil, pero a lo que voy es a que si pensamos que la propuesta tiene sentido, quizá c/u a su manera podría intentar encontrar la fórmula que haga viable esa pausa en la determinística linealidad académica que rinda sus frutos cuando sean estudiantes mucho más maduros para la educación superior. En todo caso, es lo que le aconsejo a mis familiares, a los padres de mis alumnos y todo aquél que me consulta sobre el tema.

Lo que me mueve a reflexión son dos reacciones preocupantes de los lectores a lo que es una simple invitación a revisar nuestros paradigmas habituales de conducta. Una, la de quienes se ubican rápidamente en la postura de “me parece bien pero no se puede”, “es iluso”, sin darse la pausa para darle algunas vueltas a la posibilidad de pensar que “sí se puede”, aunque ello suponga plantear condiciones previas que lo hagan viable. Quizá conversándolo y pensándolo un poco más aparezcan algunas luces de opciones viables.

Es preocupante la dificultad que tienen muchos para tolerar ideas discrepantes sin caer en la descalificación del interlocutor

La otra, más preocupante, es la de quienes en lugar de reflexionar sobre la propuesta para resolver si contiene algo interesante, al lado de muchos que expresan alturadamente sus argumentos a favor o en contra, están quienes para sostener su argumento me agreden o descalifican por sostener esa propuesta. No dejan de impresionarme los argumentos de quienes estando en desacuerdo con ella, argumentan que nace de la ignorancia del autor, de su indiferencia respecto a la situación de los pobres, el desconocimiento de la realidad, etc.

Algunos me dicen “no le hagas caso”; siempre hay gente hostil o argumentos fuera de lugar. Sin embargo, me deja pensando: si 2 ó 3 de cada 100 peruanos piensa y actúa así, ¿no tenemos acaso un serio problema? Si esos comentaristas fueran maestros ¿qué impacto en la formación de ciudadanía tienen con los alumnos a su cargo? ¿Y si fueran funcionarios públicos? ¿Congresistas? ¿Fiscales o jueces? ¿Policías?

Creo que una de las tragedias de la educación peruana radica en la incapacidad de construir escenarios de formación democrática en muchos de los colegios, universidades, centros de trabajo y en la forma en que muchos medios comunican sus informaciones, para los cuales los temas de estudios y los problemas sociales solo tienen una versión “correcta” con la que todos deberían identificarse, y cualquier planteamiento divergente o discrepante con esa posición de una u otra manera es descalificada.

Muchas escuelas peruanas están estructuralmente concebidas como contextos dictatoriales, en los que el alumno no tiene voz ni voto, y debe someterse sumisamente a la versión oficial (única) de las cosas que transmite el libro o profesor. Cualquier postura discrepante es interpretada como rebeldía, mala conducta, falta de dedicación al estudio o falta de adaptación al sistema y se sanciona para “domesticar” al alumno, bajándole puntos o expulsándolo.

Estas cosas son las que me llevan a pensar que urge revisar en serio la formación ciudadana y democrática de los peruanos, y que los debates sobre currículo, estrategias pedagógicas, valores, normas, etc. debieran tener como norte esos valores más que los puntos adicionales que obtendremos en pruebas nacionales o internacionales si entrenamos eficientemente a los alumnos.

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