Diario Regional 05 02 2017

El sentido común para los analistas educacionales asume como válida la receta clásica de la buen escuela como aquella que tiene clases pequeñas, profesores bien formados y muchos recursos. Sin embargo el economista Roland Fryer de Harvard (receptor del “genius award” de la MacArthur Foundation) demuestra que eso no es cierto y sugiere que en lugar de focalizarse en los recursos se focalicen en la cultura escolar (Jordan Weissmann, “Everything You Know About Education Is Wrong” The Atlantic, 12/2011)

Usó datos extensos de 35 colegios charter (concesionados) de la ciudad de New York, abarcando estudiantes de bajo nivel socioeconómico y minorías étnicas. Entrevistó estudiantes, directores, profesores, revisó planes de lecciones y observó videos de clases para precisar los factores que correlacionaran más alto con los puntajes en las pruebas estandarizadas.

Fryer encontró que el tamaño de las clases, inversión por alumno, número de profesores certificados con grados avanzados, tienen poca influencia en los puntajes de los alumnos en matemáticas y comunicación. Lo que hacía la diferencia, según las correlaciones encontradas (que no son causalidades pero que muestran patrones interesantes) es la focalización en el desarrollo de los docentes, la instrucción acompañada de la obtención de datos del avance de cada alumno, con lo que se creaba una cultura focalizada en los logros de los alumnos. Estos resultados fueron consistentes también cuando se correlacionaron con las artes creativas y los registros del comportamiento.

Fryer registró la cantidad de veces que cada profesor recibía retroalimentación, la frecuencia de asesorías recibidas por alumnos en pequeños grupos, el número de actividades por alumno, las horas de trabajo en las carpetas, todo lo cual correlacionaba alto con los logros. Luego encontró una correlación alta entre la retroalimentación a los profesores y el tiempo de instrucción. Estos 6 factores explicaban el 50% de las variaciones en los resultados de los alumnos de estos colegios.

Todo ello sin duda requiere dinero, pero lo que Fryer demuestra es que no basta invertir más por alumno para tener mejores logros, ni tener profesores con excelentes diplomas, si es que no se considera los factores de la cultura escolar que deben ser activados.

Quizá sería bueno trabajar más estos asuntos en las políticas educativas que emanan del Minedu y los gobiernos regionales.

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¿Y si estamos ahogando la sed de aprender de los niños con un bombardeo de estímulos? Los incentivos externos saturan los sentidos, empachan y anestesian la capacidad de saborear lo lento de lo ordinario CATHERINE L’ECUYER «¿Dónde marchitó aquel asombro? ¿Y si la sed de aprender se hubiera ahogado en un océano de información sin sentido, en un bombardeo de estímulos externos compuestos por ruidos, contenidos y horarios que no respetan el orden interior de los niños, y por qué no decirlo también, de nosotros sus padres? Para que la sed sea sostenible, es preciso dejar beber poco a poco a la persona de una fuente que se ajuste a sus necesidades reales. ¿Hay que sorprenderse si uno se ahoga intentando tomar un sorbo de una boca de incendio? El asombro es lento, saborea la realidad a la que se acerca por primera vez, o como si fuera por primera vez. En cambio, los estímulos externos que saturan los sentidos empachan, embotan, anestesian el deseo, la sensibilidad y la capacidad de saborear la dimensión estética y lo lento de lo ordinario».