La mayoría de los peruanos que siguió de cerca los partidos de fútbol de la Sub-17 se mostraba ilusionada con sus posibilidades de llegar hasta las finales. Estar invicto al 4to partido luego de ganar a Corea del Sur, empatar con Togo y ganar a Tajikistan marcaba una racha ganadora que se esperaba fuera imparable. No era mi caso, tal como lo decía en “Mesa de Diálogo” en RPP partido tras partido. Mis colegas de panel decían que era pesimista, y yo les replicaba que no es lo mismo ser pesimista que ser realista y que no encuentro nada de anti-patriota a opinar que Perú no ganaría más partidos porque no lo merecía y porque hacerlo sería contraproducente. No se trataba de dejar de reconocer el entusiasmo y esfuerzo del entrenador Juan José Oré y los jugadores que hicieron todo lo posible por ganar y sudaron la camiseta para lograrlo. A ellos, todas las palmas. Se trataba de no dejarse vencer una vez más por la ilusión del triunfo que era objetivamente distante y un premio francamente inmerecido para un sistema de formación futbolística desorganizado, ineficaz y claramente incompetente. Llegar a las finales y eventualmente ganar hubiera significado legitimar la improvisación como método y la “buena suerte” como ingrediente principal del éxito, en el contexto de un sistema que se va colapsando al ritmo de los cuestionamientos a sus dirigentes y los sucesivos desaciertos que resultan mucho más visibles en la selección de adultos. Nuevamente aterrizamos en el tema educativo como fundamento de todas las actividades nacionales y las actitudes de los peruanos. Este ánimo triunfalista desproporcionado con la realidad ilustra nuevamente la dificultad que tienen muchos peruanos para apreciar objetivamente nuestra realidad. Prefieren la lectura emocional antes que el análisis mesurado de los datos de la realidad. Perú le gana por un gol en el minuto final a Costa Rica y saca una ventaja de un gol con el último tiro penal de la ronda de 5 ante el mediocre equipo de Tajikistan. Pero aún así, muchos sienten que estamos listos para ganarle a Brasil ó Ghana y pasar a las rondas finales. Son estas mismas ilusiones sin fundamento las que hicieron creer a muchos que Lourdes Flores podría ser la presidenta del Perú, que los Humala serían un fenómeno pasajero y marginal, que Fujimori ya es un cadáver político y que Alan García transformaría su personalidad para su segundo gobierno. Es la misma ilusión que tienen lo limeños de pensar que la mejora en el empleo y los ingresos de los costeños, -gracias a la venta de materias primas y la bonanza económica que producen las compras de China-, se estaría dando también en todo el país. Por ello explican las explosiones sociales del interior como producto de la agitación de algunos radicales comunistas o senderistas que quieren recuperar su espacio y protagonismo. Por eso no entienden lo que dicen las encuestas hechas en las zonas más pobres y marginadas del país respecto a la poca valoración que tienen de la democracia y el estado de derecho, los cuales no les garantizan sus derechos a la vida, salud, justicia y educación de calidad. Una de las explicaciones de lo mal que nos va en nuestra educación mayoritaria, es precisamente el hecho de tener la ilusión de que ella sirve para algo, cuando las múltiples evidencias objetivas a nuestra disposición señalan que estamos muy mal, no solo entre los coleros de América Latina sino de todo el mundo. Esta ilusión es la que les permite a los gobernantes salir del paso sin mayor compromiso reformista, creando la ilusión de que con un poquito más de dinero y una que otra capacitación o evaluación saldremos adelante. Esa es la esencia del discurso educacional de Alberto Fujimori (“tendremos la mejor educación de América Latina”), Alejandro Toledo (“educación en emergencia”) y Alan García (con todas sus promesas triunfalistas) Es fácil pensar y decir que estamos más o menos bien porque eso permite vivir en la pasividad. Es difícil aceptar que estamos mal, porque eso inmediatamente va de la mano de la exigencia de hacer algo al respecto. Solamente si somos capaces de sincerar nuestra situación del fútbol, al igual que la de nuestra educación, policía, salud, justicia, fuerzas armadas, etc. podremos hacer los esfuerzos necesarios para revertir nuestras debilidades. Pero mientras la mayoría de los peruanos siga creyendo que podemos triunfar en el fútbol sin merecerlo, muchos también seguirán pensando que nuestra educación anda más o menos bien, aunque esté al borde del abismo.