En muchas oportunidades los psicólogos infantiles y pediatras han hablado del enorme valor emocional que tiene el vínculo físico temprano entre la madre y el hijo recién nacido. Inclusive muchos estudios realizados con huérfanos abogan en la dirección de procurar proveerles afecto a los recién nacidos, así sea a partir de figuras sustitutas a la madre (ausente), para que el niño o la niña crezca con el calor, la seguridad y sentido de protección que es tan vital para su infancia. También hay estudios que hablan de la importancia de estimular al bebe aún antes de nacer, cuando todavía está en el vientre materno, a través de canciones, cuentos, caricias o música suave pero muy rítmica.

En el artículo “Amor al Primer Contacto” la psicóloga israelí Dra. Marsha Kaitz reseñó las investigaciones sobre la relación entre madres y crías de animales así como las interacciones madre-bebe entre humanos en los primeros momentos después del parto, que surgen a través del olfato y el tacto.

Kaitz investigó las supuestas cualidades maternales innatas, con la cooperación de 42 madres que estaban en el período perinatal (los primeros días en torno al alumbramiento) internadas en el hospital Shaarei Tzedek de Jerusalem.

Su punto de partida fue la comparación de los humanos con el reino animal en el que predominan los instintos y sentidos, y el estudio sobre cabras y ovejas que demuestra que el sentido del olfato es el disparador natural de la relación maternal, que permite a las madres reconocer a sus crías apenas nacidas por el olor.

Se pidió a las madres voluntarias que olieran tres bolsas conteniendo cada una idénticas camisetitas retiradas a los bebés, uno de los cuales era el del bebe propio. Asombrosamente, el 100% de las madres que habían pasado una hora con su bebé recién nacido, reconocieron la camisetita del propio bebé. Parecía que las madres aprendían a reconocer el olor de sus hijos, tal como lo hacen las cabras y ovejas.

En una prueba similar, cerca del 65% de las madres que pasaron previamente una hora con su hijo recién nacido, incluyendo invidentes, lograron reconocerlo cuando estaba colocado junto con otros dos más, por el simple tacto, palpando su piel.

Parece que el lazo inicial entre las madres y sus hijos ocurre de manera similar a la de otros mamíferos, a nivel primario, a través del sentido del olfato y el tacto. Entre los sentidos, el de la visión es el menos agudo y capaz de discernir a los bebes durante las primeras horas luego del nacimiento.

Resultó interesante también descubrir que otras mujeres, más que la propia madre, reconocen mejor a cada bebé simplemente por haberlos visto al nacer. Kaitz lo explicó a partir del fenómeno “senso-cerebral” por el cual la memoria verbal y visual de la madre se reducen en el período perinatal, en favor del incremento del sentido del olfato y el tacto. Para probarlo presentó a las madres recientes una lista con palabras, algunas relacionadas con la naturaleza y otras con los bebés. Las madres pudieron recordar en mucho mayor grado las palabras relacionadas con los bebés, lo cual sugería que para captar sus más urgentes necesidades, la memoria de una madre se vuelve selectiva, filtrando los datos menos relevantes.

Por su parte los padres varones también pudieron reconocer por el tacto a sus hijos recién nacidos, aunque no tan bien como las madres. De allí que un niño que tenga a su lado a su madre y a su padre desde que nace, estará expuesto al más amplio espectro de estímulos.

En conclusión, cada vez resulta más evidente que el vínculo humano madre-hijo es decisivo para el desarrollo afectivo sano de los hijos. La investigación científica colabora de manera decisiva en la comprensión más precisa de estos vínculos. Al parecer el “sentir a los hijos” desde el punto de vista físico y psicológico resultan absolutamente complementarios y necesarios para la buena crianza de los hijos.
Por lo tanto, los programas de preparación de madres que están próximas a tener hijos debieran incluir recomendaciones muy concretas para fortalecer los vínculos más relevantes con sus hijos.