Mis artículos críticos a los padres que se quejan de una manera sobre protectora e intimidatoria a los profesores o directores de los colegios, (como el del 3 de julio 2011 ó el 19 de diciembre 2010), lleva a algunos padres a preguntar “y entonces, ¿cuándo sí tiene sentido educativo una intervención ó queja?”. Esta columna va dirigida a esos padres ponderados, reflexivos, bien intencionados.
Lo que es realmente impostergable es que los padres protejan la vida, seguridad y salud física de sus hijos. Ante esos riesgos, deben reaccionar de inmediato. Preguntar por lo que pasa, reclamar, quejarse, etc.
Dicho eso, cuando los padres escogen un colegio, se supone que tienen una confianza básica de que éste cuenta con educadores capaces de trabajar adecuadamente con sus hijos, por lo que no urge reaccionar impulsiva y ansiosamente ante cualquier señal de alarma. Lo sensato es pedir una cita con el tutor, psicólogo o director, (según se acostumbre en el colegio), para conversar con los interlocutores e informar o informarse de lo que está preocupando a los padres y maestros. En ese sentido, tomar las cosas con calma, entender que la vida de un hijo o hija habitualmente no se definen en un instante sino a lo largo de un proceso educativo, debiera darles el tiempo para observar mejor y evaluar lo que pudiera estar pasando.
A fin de cuentas, que sus hijos aprendan a tolerar ciertas frustraciones e inclusive injusticias que son propias de las sociedades imperfectas, es parte de su educación. En estas situaciones, más que actuar ante el colegio en nombre de sus hijos, lo sensato sería aconsejar a los hijos para que ellos aprendan a lidiar con estas imperfecciones y hacer algo al respecto. Eso los preparará mejor para la vida real. Solamente si los padres ven que su hijo o hija son continuamente maltratados, frustrados, desatendidos en sus intentos de remediar lo que los agobia, tiene sentido que los padres intervengan. Pero aún así, deben tener siempre la disposición a escuchar el punto de vista del colegio. Quizá descubran cosas que no sabían o entiendan conductas que más bien aluden a cosas que sus hijos tienen que modificar más que el colegio, sus profesores o compañeros.
Lo que tienen que tener muy claro los padres es que sobreproteger, encubrir, desconocer las faltas de sus hijos comunicados por el colegio, solamente los debilita, porque no les enseña a enfrentar las consecuencias de sus actos, a ser responsables y autodisciplinados, actuar en función a ciertos límites, reglas y valores y, sobre todo, a ser autónomos. Los vuelve dependientes y les enseña a esperar que sus padres u otros les arreglen el mundo para que ellos sigan haciendo lo que les place. Eso está muy lejos de ser una buena educación.
Junto con ello, tienen que entender que los profesores son seres humanos, y sin bien algunos dicen las cosas claras sin importarles los gritos o impertinencias de los padres, hay otros que no quieren hacerse problemas, que adoptan la posición de que “si los padres no quieren escuchar, para qué voy a perder mi tiempo” y lejos de comunicar a los padres lo que sus ojos expertos le muestran respecto a los problemas de sus hijos, se lo guardan, les doran la píldora, o les pasan por alto sus faltas. Con ello los que esencialmente se perjudican son sus hijos, porque los padres desperdician la oportunidad de recibir del colegio información amplia y orientaciones útiles, impidiéndoles intervenir a tiempo para corregir esas conductas o dificultades, que sin duda no se van a extinguir por sí solas, sino agravar o quedar latentes y explotar en el futuro.
Lo peor del asunto es que esos padres también pierden con sus hijos. Cuando un hijo o hija sienten que se salieron con la suya manipulando a los padres en contra del colegio sabiendo que actuaron mal y que sus padres se lo están permitiendo, pierden por partida doble. Pierden porque evaden sus responsabilidades y pierden porque no cuentan con la contención educativa de sus padres.

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