Las encuestas de evaluación de docentes en colegios o universidades pueden ser usadas para retroalimentar al profesorado sobre las percepciones que tienen los alumnos sobre el trabajo docente, y con esa retroalimentación mejorar su docencia y resolver los desencuentros o dificultades. Pero mal utilizadas, los efectos pueden ser perversos. Por ejemplo si se usan para “tachar” profesores que como consecuencia de ello serán despedidos. Esto ha evidenciado tener varios efectos nocivos. Uno, que los profesores procuren ser más populares y amigables, así sea sacrificando el nivel de exigencia académico o aliviando los requisitos para otorgar buenas notas. Otra, poner en manos de los alumnos una herramienta de chantaje y presión a profesores, ya que si se ponen de acuerdo, pueden deshacerse del profesor que no les gusta, así este sea una mente brillante que está en la vanguardia del conocimiento científico de su especialidad.

Por eso es que las consecuencias de las encuestas nunca deben producir el despido de docentes, porque eso solamente produce el efecto perverso de que en las siguientes encuestas se falseen o manipulen para otros fines.
Vale la pena tener presente lo dicho como antecedente y analogía respecto a lo que está pasando en Estados Unidos a partir de los incentivos económicos o despidos de directores y profesores que se han establecido en varios estados como premio o castigo por el nivel de desempeño de los alumnos en las pruebas escolares estandarizadas.

El informe “Cheating report confirms teacher’s suspicions” (informe confirma las sospechas de engaños de maestros) publicado por CNN del 8 de agosto del 2011 comenta los escándalos por fraudes en pruebas estandarizadas que se han estado cometiendo desde el año 2001 a partir de la detección de estos fraudes cometidos en 44 colegios de Atlanta, en los que estuvieron involucrados 178 profesores y directores de escuelas públicas (de los cuales 82 reconocieron su participación).

La investigación empezó a raíz de denuncias de maestros que recibían alumnos con pésimo nivel de lectura o matemáticas que venían de obtener muy altos puntajes en pruebas estandarizadas del año anterior. Encontraron que los profesores incentivaban a los alumnos a copiar en las pruebas, les pasaban las respuestas o las modificaban a la hora de corregirlas. Escándalos similares también han sido reportados por USA Today en marzo 2011, documentando 1610 casos de manipulación de pruebas estandarizadas en 6 estados y el Distrito de Columbia entre el 2009 y 2010.

¿Y todo esto porqué? Porque en Atlanta los colegios que lograban los mejores resultados se hacían acreedores a bonos de 2,000 dólares y además aseguraban la renovación de sus contratos. En cambio los directores y profesores de los colegios que obtenían puntajes bajos eran removidos de sus cargos.

Los economistas y sociólogos hace tiempo que han mostrado que un desmedido énfasis en una sola herramienta de medición de logros –que además ha sido creado para rankear los desempeños de los alumnos y no los de los profesores-, incentiva los engaños en ese campo, cosa que ocurre tanto en el mundo de los negocios como en el mundo de la educación.

(Ocurrió igualmente en el caso peruano cuando muchos profesores que daban pruebas para ingresar a la CPM y con ello mejorar sus sueldos usaban todo tipo de fraudes -robo de pruebas, negociación de claves de respuestas- así como trampas y mañas durante las pruebas para sacar mejores puntajes y lograr el objetivo)

Lo que ocurre es que no existe una herramienta o prueba estandarizada que permita medir por medios informáticos impersonales los aprendizajes de los alumnos, sus habilidades y razonamientos creativos, que van más allá de los conocimientos memorísticos. Es más, hay estudiantes que pueden obtener puntajes bajos en las pruebas estandarizadas pero que son brillantes y tienen talentos que esas pruebas no son capaces de detectar.

La insistencia en usar las pruebas estandarizadas para premiar o castigar a los directores y profesores, lejos de mejorar los aprendizajes de los alumnos corre el riesgo de convertirse en un factor de desincentivación a la buena educación y un constante incentivo al engaño.

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