Recuerdo a un alumno que le dijo a su profesor «si no me sube la nota, la traigo a mi mamá para que ladre un poco y verá cómo le hacen cambiar la nota». Me dejó pensando en la imagen de madre y profesor que tenía este joven, y en la capacidad que eso le dejaba a la familia y al colegio para corregirlo y educarlo.

Muchos padres y madres de hoy no logran entender que sobreproteger, encubrir, desconocer las faltas de sus hijos comunicados por el colegio, solamente los debilita, porque no les enseña a enfrentar las consecuencias de sus actos, ser responsables y autodisciplinados, actuar en función a ciertos límites, reglas y valores y, sobre todo, ser autónomos. Los vuelve dependientes y les enseña a esperar que sus padres u otros les arreglen el mundo para que ellos sigan haciendo lo que les place. Eso está muy lejos de ser una buena educación.

Defender al hijo o hija planteando que son otros los que tienen la culpa -los compañeros indisciplinados o profesores incompetentes-, ponerse agresivos, intimidatorios o amenazantes ante los profesores o tutores, lo único que logra es que éstos no les digan a los padres todo lo que les preocupa de su hijo (a), o que pasen por alto sus faltas (para no tener problemas con los padres). Con ello los únicos que pierden son sus hijos, porque los padres desperdician la oportunidad de recibir del colegio información amplia y orientaciones útiles, impidiéndoles intervenir a tiempo para corregir esas conductas o dificultades, que sin duda no se van a extinguir por sí solas, sino agravar o quedar latentes y explotar en el futuro.

¿Qué ganan con eso los padres? Nada. La sonrisa manipuladora del hijo o hija, que por un lado se siente triunfante en su objetivo, pero por otro lado sabe que está actuando mal y que sus padres se lo están permitiendo. En suma, sienten que a sus padres no les importa si sus hijos actúan mal, sino que nadie se los diga. No encuentro mucho amor paternal o maternal en esa actitud.

Artículos afines:

Los Padres y la Nociva Sobreprotección

La sobreprotección de quienes ‘sobrevuelan’ la vida de sus hijos. Algunos padres viven advirtiéndoles de peligros a los que se exponen y evitando que se equivoquen. Todo padre quiere que su hijo esté bien y que nunca le pase nada malo. Lo que se le olvida es que el niño se tiene que caer para aprender a caminar, y que de caída en caída conseguirá el equilibrio y la fuerza para hacerlo bien. A estos padres sobreinvolucrados se les pasa que solo de los errores se aprende, por ello hay que permitir que nuestro niño o niña cometa errores y fracase para que se fortalezca.

‘Está bien que los hijos sufran y se frustren’: Alejandro de Barbieri. El psicólogo uruguayo explica en esta entrevista su propuesta a los padres de educar sin culpas. Frustrar es educar. Esa podría ser la frase que resume el libro ‘Educar sin culpa’, del psicólogo uruguayo Alejandro de Barbieri. La sentencia, que resulta fuerte y directa, busca retratar una realidad: si se evita que los hijos se frustren, se está evitando que crezcan y maduren. Los padres de hoy somos padres ‘culpógenos’. Tenemos miedo de que nuestros hijos no nos quieran, con lo cual eso nos tranca el rol

Padres: ¿Para qué ir a la entrevista?

Padres: quejas y presiones sobre los colegios

Padres: cuándo quejarse

Padres: más se quejan, menor es el nivel de estudios de sus hijos

Padres como adultos significativos

Efectos nocivos de padres sobre estimuladores y sobre protectores Los 4 excesos de la educación moderna que trastornan a los niños