Hay colegios en los que hay buen control de la disciplina y el bullying en las clases, porque se ha desarrollado una cultura de respeto y tolerancia al prójimo. Eso incluye la existencia de estudiantes que en su rol de líderes o conciliadores son capaces de intervenir en defensa del agredido cuando hay un agresor que da rienda suelta a sus impulsos. En esos casos, sea dentro o fuera de clase, la vida escolar tenderá a ser pacífica y armoniosa.

 

Sin embargo hay otros colegios en los cuales el control disciplinario y del bullying es producto de una actitud represiva que inspira temor a la trasgresión. En esos casos, en los espacios sin control externo, como los recreos o la salida del colegio, pueden producirse hechos de violencia y bullying. Con mayor razón eso ocurrirá aún en las horas de clases, si es que en ellas no hay un adecuado control disciplinario.

 

Una sociedad democrática pacífica, es capaz de contener las agresiones basándose en la conducta autodisciplinada de sus miembros, porque cultiva la tolerancia, el respeto y la valoración de las diferencias. Esa sociedad la construyen individuos que desde pequeños han tenido experiencias positivas de esta naturaleza en el hogar y la escuela.

 

En cambio la disciplina autoritaria y represiva que infunde temor, solo desplaza el lugar en el que se expresará la agresión y el maltrato (basta ver el desborde alcohólico, sexual, agresiones y más que ocurren fuera del colegio con estudiantes de colegios reputados como estrictos). En contraste, la disciplina basada en el autocontrol y la convicción ética del valor que tiene el respeto al prójimo, se expresará pacíficamente en todos los espacios en los que conviven los estudiantes.

 

Es importante que los colegios tengan profesores observando los recreos y las horas de salida de los colegios. En los casos en los que existe un autocontrol bien instalado, aprenderán mucho de observar las relaciones entre alumnos en un ambiente libre de las tensiones de clase. Y en aquellos casos en los que hay trasgresiones, bullying, violencia, etc. los profesores podrán intervenir para proteger a los abusados ni bien se evidencie el maltrato. De lo contrario el recreo se convertirá en el espacio de las reglas de juego autoimpuestas por los alumnos, que muchas veces son la antítesis de lo que los profesores pretenden enseñar en el aula.

 

Hay buenas experiencias sobre el efecto de poner supervisores adultos en los recreos, y poner a disposición de los alumnos profesores para dirigir las actividades recreativas (Daniela Arce – 04/07/2010- http://latercera.com/contenido/679_273401_9.shtml).

 

Según el último Estudio Nacional de Violencia Escolar del Gobierno de Chile, el 67% de los alumnos consideraba los lugares donde se desarrollaban los deportes y la recreación como los espacios donde más se llevaban a cabo las agresiones. En tres colegios de la comuna La Pintana (Santiago), salir al recreo implicaba ir a un ambiente de peleas, finales violentos para los partidos de fútbol, temor de niños a las intimidaciones y agresiones de los compañeros, etc. Gracias al programa “Recreo Dirigido”, se instalaron en los patios mesas de pimpón y fulbito y se delimitaron las áreas para que los alumnos practicaran fútbol, voleibol, básquetbol ó ajedrez, dirigidos por miembros de la comunidad local. Con ello, la violencia se redujo a menos de la mitad.

 

En Estados Unidos, los recreos dirigidos existen hace, al menos, tres años. Cada vez más en las escuelas se supervisan los recreos mediante un entrenador, quien a la vez que fomenta el juego entre los menores, cuida que no se peleen. El objetivo central es frenar la intimidación y los problemas de comportamiento, pero a la vez, potenciar las habilidades sociales y mejorar la salud de los menores. En California, incluso, hay una organización llamada Playworks que suministra docentes para que asistan a los niños en los recreos.

 

He aquí que la hora del recreo es tan importante como la hora de clase.

 

Artículos afines en:

Leyes contra el bullying (acoso escolar)

DEVIDA drogas y bullying

Homeschooling: la escuela doméstica