Recuerdo haber escuchado a un maestro opuesto a la globalización, diciendo que esa era la nueva fórmula del imperialismo para explotar a los países en desarrollo. Yo le pedí que se observe a sí mismo: usaba zapatillas chinas, camisa peruana, pantalón chileno, anteojos italianos, reloj taiwanés, lapicero BIC francés, grababa con un radio-grabador portátil Sony japonés, accedía a computadoras con procesadores Intel norteamericanos, vea televisión internacional por cable y posiblemente sus hijos consuman leche neozelandesa, chocolates ecuatorianos Nestlé y medicinas argentinas o chinas. Además, tres millones de peruanos radican y trabajan en los más diversos países del planeta, de los cuales además vienen turistas y empleados para empresas transnacionales, a través de los cuales se producen flujos de ideas, costumbres, valores y demás que son imparables.

La globalización es un hecho concreto. Bajo ese contexto habría que preguntarse qué es una población educada para la globalización y si les estamos dando a nuestros jóvenes las herramientas adecuadas para lidiar con ella. Me temo que no. No se trata de que nuestros jóvenes sepan inglés y dominen computación para estar preparados para la globalización. Tienen que ser altamente competitivos, autónomos, tener pensamiento independiente y creativo. Tienen que tener una visión de mundo planetaria y capacidades sociales para mantener fuertes lazos familiares y amicales aún si se dispersan por el mundo. En el Perú hay mucha gente educada para los retos del trabajo mecánico y rutinario de la revolución industrial del siglo XVIII, pero no para los retos del conocimiento, pensamiento creativo e innovador que exige la revolución del conocimiento del siglo XXI.

También habría que preguntarnos si es posible que nos beneficiemos comercialmente de la globalización en alguna forma, o en todo caso, cuál es el ámbito del posible beneficio hacia el cual hay que educar a la población para que redunde en su beneficio. A China le tomó 30 años pasar de ser una economía cerrada a ser sede de enormes plantas de las más grandes transnacionales del mundo, arrastrando a países como Tailandia, Vietnam, Malasia, México, Brasil a una carrera por la competitividad. India se convirtió en la capital mundial del outsourcing 50 años después de la decisión de Nehru en 1951 de crear los Institutos Indios de Tecnología para formar recursos humanos del más alto nivel en ciencia, medicina e ingenieríaa. Israel creó en 1949 el Instituto Científico Weizmann que hoy es una potencia en cuanto a investigación científica, gestión de patentes y creación de compañías de base tecnológica que están en la frontera del conocimiento.

Siendo así, ¿es posible que el Perú se haga un espacio en este planeta globalizado competitivo teniendo un recurso humano pobremente calificado y poco productivo, incapaz de producir bienes y servicios competitivos en calidad y precio con los asiáticos? Urge hacer planteamientos educativos innovadores que sean cruciales para la sustentabilidad socioeconómica futura del Perú. Es imposible que el Perú levante de manera universal el nivel educativo de los 450,000 profesores, 85,000 instituciones educativas, 92 universidades y 8’500,000 alumnos de todos los niveles y modalidades del conjunto del sector público y privado.

Por lo tanto hay que optar por una estrategia que a la vez que levante paulatinamente el piso educativo común coloque una pequeña vanguardia que pronto tenga un nivel competitivo con el primer mundo y que sea la punta de lanza del sistema educativo peruano, que abra trocha y le señale el camino a todo el resto. A la par de crear centros educativos de avanzada y potentes programas de formación y reciclamiento docente que permita disponer en el corto plazo con una masa crítica de 5% profesores formados a nivel competitivo con el primer mundo, hay que poner un particular énfasis en el desarrollo de ciencia y tecnología peruana. Para ello sugiero que el gobierno convoque un núcleo de científicos peruanos de altísimo nivel con sueldos de nivel internacional y les encargue crear un Instituto de Altos Estudios Científicos (al estilo Weizmann de Israel) en el que se haga investigación de nivel mundial (en las áreas con ventaja para el Perú), gesten productos, patentes y negocios para «start ups».

Esta sería la incubadora para una nueva generación de científicos peruanos. Sus trabajos generarían un «chorreo» científico hacia todas las universidades peruanas. La inversión inicial podría salir de las donaciones mineras aunque paulatinamente se autofinanciaría con los «grants» que capten los investigadores junto con las regalías de las patentes. En pocos años podríamos tener un instituto de nivel mundial. Todo ello permitiría paulatinamente al Perú colocarse en el mapa mundial de la producción de bienes y servicios de punta, que sean demandados por todo el planeta y cuenten con alto valor agregado peruano.

Esa sería nuestra respuesta triunfadora a la globalización.