En la reciente campaña electoral los estrategas de marketing de los contendores Alberto Fujimori y Alejandro Toledo, apelaron a sobrenombres que aludían a sus rasgos físicos o étnicos, denominándolos “chino” y “cholo” respectivamente. Al igual que en el mundo del espectáculo y del deporte, en la política se utilizan los sobrenombres para identificar a los personajes a partir de algún rasgo notorio que facilite su recordación o identificación. De allí que no sorprenda el uso de términos como “chino” o “cholo”, u otros como gringo, chueco, calvo, gorila, etc. Estos apodos tienen cabida normal en el argot popular. Sin embargo, cuando a un sobrenombre que expresa una característica racial o étnica se le quiere dar un contenido valorativo, superior o inferior, se salta peligrosamente del marketing al racismo y a la xenofobia.

Es ante esto que debemos ponernos en alerta y reaccionar.

CHINO

Al escuchar diversos comentarios telefónicos de radioyentes que participaban en programas radiales que ofrecían su línea telefónica abierta para hablar sobre la coyuntura electoral, me quedé muy sorprendido. Encontré que con cierta frecuencia quienes querían criticar al candidato-presidente Alberto Fujimori apelaban a comentarios descalificadores respecto a su peruanidad, aludiendo a su origen racial-nacional japonés, o al hecho que sus ancestros directos no estaban enterrados en el Perú; es decir, al hecho de ser hijo de inmigrantes. Más me sorprendió que los conductores no hicieran ninguna acotación.

Más allá de la posición política de cada cual, que puede expresarse con mil argumentos, la degradación de un peruano en razón de su origen étnico, nacional o religioso sería tan inaceptable como lo sería descalificar a los congresistas electos Susana Higuchi o Carlos Lau por ser descendientes de asiáticos, a Eduardo Farah o Alberto Kouri por ser descendientes de árabes, a David Waisman por ser judío o a Guido Pennano o Luis Solari por sus ancestros italianos.

En lo personal también me siento aludido, porque también soy hijo de inmigrantes, al igual que cientos de miles de peruanos, y no considero que ese solo hecho nos haga mejores o peores que otros peruanos. Hay descendientes de peruanos que son muy respetables (como el mismo Alejandro Toledo) así como hay otros que son nefastos (como los terroristas o los criminales).

Decir que el “chino” (o japonés) debido a sus rasgos físicos no es tan peruano como cualquier otro que tiene rasgos de “cholo”, alude a criterios valorativos vinculados a los rasgos físicos y no a la naturaleza humana del peruano. Más aún, decir que no tener ancestros enterrados en el Perú lo hace a uno menos peruano, o a la inversa, que tener ancestros enterrados en el Perú lo hace a uno más peruano que a otros, es absolutamente inaceptable, ilegal e inconstitucional.

Casi todos los peruanos que no tenemos origen indígena andino, como lo son la mayoría de estos radioyentes, somos descendientes de inmigrantes. Además, si estudiamos los Derechos Humanos y nuestra Constitución, aprenderemos que las personas deben ser conocidas, juzgadas y valoradas por sus capacidades y acciones, y no por las características raciales o étnicas de su origen. A estas alturas del desarrollo de la civilización resulta retrógrado y a la vez muy peligroso hacer del racismo un argumento para descalificar a un peruano.

REFLEXION

El gran sabio judío Maimónides decía “a las personas se les conoce de verdad a través de su cólera, su bolsillo y su copa”.

Es decir, los valores, el respeto por los principios y la conducta recta se aprecian no cuando una persona está en una situación fácil o cómoda, (en la que obrar bien no cuesta nada) sino cuando está muy molesto, o cuando está pasado de copas, o cuando tiene que honrar una deuda o compromiso económico. Aplicado a la vida ciudadana o política, esto significa que al demócrata y al político honesto se le conoce cuando las cosas no salen como quisiera, o inclusive en la derrota.

No es correcto ni democrático que en plena tensión electoral se juzgue la calidad de las personas o su peruanidad con criterios antidemocráticos en función de su identidad étnica, religiosa o por el origen de sus ancestros.

Desde esta columna le pido a todos los peruanos que sean ponderados y tomen en cuenta que precisamente con lo que digamos en los momentos de más pasión, estaremos dejando las huellas morales y culturales con las que nosotros y nuestros hijos habremos de relacionarnos unos con otros a lo largo de nuestras vidas.

No podemos hablar de educación democrática, del respeto a la Constitución y a las leyes, adoptando conductas antidemocráticas al referirnos a los peruanos con los que discrepamos.

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